El nacimiento de los Rolling Stones

Toda gran historia tiene sus partes ocultas. A 60 años del primer show de la banda que cambió la historia del rock & roll, un repaso por los pequeños movimientos iniciales que permitieron la consolidación y expansión de un fenómeno que sigue venciendo al tiempo

A juzgar por sus influencias musicales, quizás haya sido un punteo de guitarra eléctrica el primer sonido emitido por los Rolling Stones con ese nombre y sobre un escenario. “Kansas City” fue la canción elegida para romper el silencio ese 12 de julio de 1962 en el Marquee de Londres. No se conoce hasta el momento ningún registro auditivo de aquella histórica jornada, tan sólo un par de fotos, pero si hubiera que imaginarse cómo sonó esa versión, es posible que haya sido similar a la que interpretó Little Richard a finales de los años 50, un artista que marcó, junto a tantos otros, el camino que elegirían esos jovencitos ingleses reunidos en la capital para mostrarse al mundo. Aunque también podría suponerse que le imprimieron su propio estilo a la ejecución, cómo harían durante los años siguientes en sus primeros simples y álbumes de estudio, todos repletos de covers de blues. Aquella noche de verano londinense sonaron 20 canciones. A partir de ahí, nunca más se callaron y, 60 años después, los Rolling Stones suenan cada día mejor.

Cerca de cinco millones de personas al año pasan actualmente por la estación de trenes de Dartford, Kent, en el sur del Reino Unido. Por esta razón, tal vez hoy sería más difícil que ocurriera lo que el 17 de octubre de 1961 significó un hecho histórico: aquel día, dos excompañeros de la escuela primaria se reencontraron luego de tomar caminos diferentes en la secundaria. Uno de ellos llevaba unos discos de blues en la mano que llamaron la atención del otro. Se acercaron y descubrieron que tenían gustos musicales muy similares. Quedaron en contacto, reconstruyeron una relación que se mantiene hasta estos días y constituyeron la dupla creativa y compositora más duradera de todos los tiempos. Mick Jagger y Keith Richards ponían así la primera piedra de una estructura que sigue en construcción.

Los primeros registros de audio de la pareja Jagger- Richards juntos se remontan a los finales de 1961 y los albores de 1962. Por aquellos meses (en condiciones técnicas algo precarias pero en un entorno socioeconómico de medio a medio-alto), Jagger, su mejor amigo, el percusionista Alan Etherington, y los guitarristas Dick Taylor (quien luego tomaría el bajo) y Bob Beckwith recibieron a Richards como quinto integrante de la banda Little Boy Blue & the Blue Boys. Con ese nombre, grabaron alrededor de una docena de canciones clásicas de sus artistas favoritos, entre las que se destacan “Around and Around”, “Little Queenie”, “Down the Road Apiece”, “Johnny B. Goode” y un divertido fragmento de “La Bamba”.

Con deseos, gustos y aspiraciones similares a las de Jagger y Richards, Brian Jones atravesó los poco más de 140 km que separan a Londres de Cheltenham, su ciudad natal, y empezó a frecuentar los mismos lugares de la noche londinense en los que la dupla empezaba a ser habitué. En su biografía, Vida (2010), Richards recuerda lo que lo maravilló del rubio en el Ealing Jazz Club: “La técnica del slide guitar, tocar deslizando un tubo o un cuello de botella por los trastes, era algo nunca visto en Inglaterra y Brian lo hizo esa noche. Tocó “Dust My Broom” y fue increíble. Tocaba de maravilla. Todos estábamos impresionados con Brian”. Mick y Keith se enteraron de que Brian tenía una banda, pero la cosa se disolvería en poco tiempo. Entonces, ansioso de formar un conjunto de rhythm and blues, Jones comenzó el reclutamiento a través de un anuncio en un semanario local. Un joven pianista respondió al llamado. Era Ian Stewart. Cuenta Richards: “Brian y Stu empezaron a ensayar con un montón de músicos: todo el mundo ponía dos libras para pagar el alquiler de la habitación en el piso de arriba del Ealing. Brian nos había visto tocar allí un par de cosas y nos invitó a participar. De hecho, para reconocerle a Mick el mérito debido, he de decir que Stu recordaba que Mick ya había estado en los ensayos y lo invitó, pero Mick dijo: ‘Solo si viene Keith también’”.

Conforme pasaban las semanas y los ensayos, Mick, Keith, Brian, Stu y Dick Taylor, definitivamente abocado al bajo, conformaban la columna vertebral del conjunto. Pero les faltaba un baterista. Charlie Watts, un joven amante del jazz que ya demostraba sus condiciones en la Blues Incorporated, banda liderada por Alexis Korner, era el deseo de la banda. Aunque su llegada al grupo ocurriría unos meses más tarde, en enero de 1963. Quizá sea por la gigantesca figura que construyó desde entonces Watts con los Stones, que al día de hoy no se sepa a ciencia cierta quién fue el baterista en la mencionada noche del debut, el 12 de julio de 1962. En un principio se creyó que había sido Tony Chapman. Luego, años más tarde, los propios integrantes de la banda aseguraron que fue Mick Avory, pero el propio Avory lo desmintió. Y para sumar aún más incertidumbre, en una gacetilla de prensa fechada el 2 de julio del ‘62 para el anuncio del show, Brian puso, a modo de broma, el nombre de un destacado baterista de blues de la época: Earl Phillips, quien tocaba con Jimmy Reed. Una incógnita que, a 60 años en el tiempo, no pareciera tener sentido intentar responder.

El “asqueroso agujero inmundo”, según Richards, del 102 de la calle Edith Grove, en Fulham, se convirtió en la casa de Mick, Keith y Brian (y algún que otro huésped ocasional) entre los veranos de 1962 y 1963. Las pocas actuaciones que se le presentaban a la banda dejaban pocas o nulas ganancias y los rebusques para pagar el alquiler de esa habitación mutaban constantemente. Sin embargo, pasaban horas en ese antro escuchando blues americano, rhythm and blues o country blues, y perfeccionando sus técnicas, siempre con la satisfacción que da el dedicar la vida a esa causa que le da sentido. “Si tenías alguna fecha, la vida era maravillosa. Alguien nos llamaba y nos preguntaba si estábamos disponibles para tal día. Algo debíamos estar haciendo bien”, recuerda Richards de aquellos años fundacionales en su biografía. Así las cosas, para diciembre de 1962 Bill Wyman ya había reemplazado a Dick Taylor en el bajo mientras que Charlie ya había debutado en el Flamingo Jazz Club, el 14 de enero del año siguiente. Pero el momento en que tuvieron el “futuro asegurado”, en palabras de Richards, fue cuando les salió una actuación regular en el Crawdaddy Club de Richmond. Fue el trampolín a la fama. A una de esas presentaciones asistió un joven que venía de trabajar con Brian Epstein, el representante de los Beatles. Era Andrew Loog Oldham, el arquitecto de la imagen de los Stones, el hombre que les dijo que eran más que una banda sino un estilo de vida. “Desde ese día, todo empezó a moverse a una velocidad imparable”, señala Richards. Y así fue: tras firmar su primer contrato con Decca, el 7 de julio de 1963 publicaron su primer sencillo: “Come On”, de Chuck Berry. No logró escalar a los primeros puestos de las listas, pero sirvió para que un disco de los Rolling Stones estuviera en las tiendas de música. “No creo que ‘Come on’ fuera muy buena, en realidad era una mierda. Sabe Dios cómo llegó a las listas, fue un poco exagerado. En realidad nos desagradaba tanto que no la hicimos en ninguno de nuestros conciertos”, reveló Jagger en una entrevista diez años después del lanzamiento. Realizaron su primera gira por Gran Bretaña junto a los Everly Brothers, Bo Diddley y Little Richard y conquistaron un público eminentemente femenino que a veces sonaba más fuerte que la banda.

De vuelta en el estudio, los ensayos no daban los resultados esperados. La banda no componía canciones propias y no encontraban un cover que pudiera tener mayor éxito en las listas que su primer sencillo. Pero como todo en la historia de estos muchachos, apareció una oportunidad en donde no se la buscó. Deprimido por la situación, Andrew salió a dar una vuelta y se cruzó nada menos que con John Lennon y Paul McCartney. Les contó la situación y, solidarios, los Beatles le entregaron una canción que saldría en el próximo álbum de la banda pero que no se publicaría como simple. “I Wanna Be Your Man” se convirtió en el segundo lanzamiento de los Stones y llegaron un poco más alto en los charts. La maratón había empezado: en febrero de 1964 lanzaron “Not Fade Away”, (cover que llegó al tercer puesto en el Reino Unido) y en abril de ese mismo año editaron su primer disco de larga duración: The Rolling Stones llegó al primer puesto de las listas británicas y ya nada volvió a ser como antes.

Entre las versiones bluseras que aparecían como sencillos y los primeros LP, fueron tomando forma las primeras composiciones que llevarían la firma de Jagger y Richards. Si bien fue “Tell Me” la primera canción rubricada por el dúo, en junio de 1964, hubo que esperar ocho meses para que un tema propio se convirtiera en el primer sencillo en alcanzar la primera posición de los rankings: en febrero de 1965, “The Last Time” conquistó ese puesto, pero fue sólo un anuncio de lo que vendría tres meses después. Es que entre mayo y agosto de ese año, ‘(I Can’t Get No) Satisfaction’ se convertiría en la primera canción de los Stones en llegar al número uno en los Estados Unidos y en el Reino Unido, y la que catapultó al álbum “Out Of Our Heads” a ser el primer disco en alcanzar el tope del otro lado del Océano Atlántico.

En 1966, con Aftermath, apareció el primer álbum compuesto sólo por canciones propias y en 1967, primero con Between the Buttons y luego – de manera más profunda – con Their Satanic Majesties Request, transitaron una etapa experimental al tono de la música psicodélica que tuvo un gran protagonismo en muchas bandas durante la segunda mitad de la década de los ‘60.

Los Rolling Stones ya habían conquistado y maravillado al mundo con una propuesta artística que, con el correr de los años, se transformaría en una marca registrada y, más adelante en el tiempo, en un ícono de la cultura popular moderna.

FUENTE: Tiempo Argentino

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