Muñeca

“Los zapatitos me aprietan”, eso decía, así me lo habían enseñado. “Los zapatitos me aprietan” y tocaba con la mano el costado de unos zapatitos de color azul que con una tirita se sostenían de mis tobillos y dejaban ver unas medias blancas con puntillas. “Las medias me dan calor”, y ahí tocaba las medias, “y el vecinito de enfrente, me tiene loca de amor” y las manos las ponía ahí donde dicen que está el corazón.

También sabía otro versito y lo acompañaba con una serie de gestos, igual que el otro, como un baile de manos: “En el cielo las estrellas”, y las manos acariciaban el aire bien arriba de mi cabeza, “en el campo” con un gesto de rozar yuyos invisibles decía “las espinas”, “y en el centro de mi pecho”, acompañando las palabras con mis manos, “la República Argentina”.

Cada vez que había visitas, a veces mis abuelas, otras mi papá, depende quien fuera la visita, me decían: “decí el versito”; así dijo el papi ese día cuando vino a jugar al truco el vecino gordo de enfrente.

El papi dijo: “decí el versito” y yo empecé por el del cielo y las estrellas, y cuando terminé el papi, riéndose, dijo: “el otro, ahora el otro”.

Yo empecé mi actuación como siempre, “los zapatitos me aprietan”, manos en zapatos, “las medias me dan calor”, manos en las medias, y cuando estaba llegando “y el vecinito de enfrente”, no pude seguir con la otra parte, porque ese señor gordo con bigotes no podía tenerme loca de amor, y papá dijo: “y dale ¿cómo sigue?”, y el gordo empezó a reírse desde la panza, “y no” dije, pero yo quería decir bien mi versito, y que papá esté contento, que me lo sé entero, que lo sé decir, que bien lo digo, todos me van a felicitar, pero no pude decir, porque decir es hacer que algo exista, y yo no quería a ese señor gordo dentro de mi corazón y pegado a mis palabras, tiene cara de bueno pero es un señor gordo y con bigotes, que se ríe, se ríe y mi papá también.

Mi mamá entró y dijo “dejá de mortificar a esa chica” y el papi dijo ”está bien, está bien, es otro vecinito” y yo dije “me tiene loca de amor” y salí corriendo para la pieza, a esconderme debajo de la cama y llorar un rato.

Mamá entró al ver que no volvía, se arrodilló, levantó el cubrecama y dijo “¿Porqué estás ahí Nena?” -ella me decía Nena- y le dije “porque sí”, “¿y porqué estás llorando?” y ahí lloré más, lloré más sin parar, hablando todo cortado, como tartamuda, con el polvo debajo de la cama todo mezclado con mocos y lágrimas. Y volvió a hacer lo mismo, preguntó otra vez “¿y por qué llorás Nena?”, y fue peor, mucho peor, que no se dé cuenta, que no vuelvo, que no estoy, que estoy llorando y que no entienda, que no sepa, que no vea nada ni escuche, ni tampoco sienta. “No soy adulta” le dije, “¡soy pequeña! ¡pequeña!”.

Y mamá no entendió y dijo “claro que sí Nena, por eso te decimos Nena” y se sonrió. “¿Llorás por eso? Ya vas a crecer”.

¿Qué sigue después de las lágrimas con moco y todo sucio con tierra, que ya son barro de lágrimas? ¿Cómo se sigue llorando peor? Quiero llorar peor para que entienda. Y lloré más, abriendo la boca grande con baba, o no sé, todo un agua desde los ojos hasta la boca, y que chorrea, y dije “no es eso, no es eso”. “¿Y qué es tan grave entonces?”, “¿Por qué me hacen eso?” le dije, y ella dijo “¿Quiénes?” y le dije “El papi y el gordo”, soltó una risa como si eso diera risa y a mí me daba lágrima, mucha, y cosas, sonidos como de vómito y tos, nada de risa. “Fue un chiste” y no entendí lo de un chiste, y le volví a preguntar ¿por qué me hacen eso?, y ella dijo que no me hicieron nada que eso no es hacer; que no quiero decir el versito adelante del gordo, él no es mi novio le dije, y mamá dijo que yo podía decir el versito y no ser la novia del gordo si yo no quería, pero eso no sonó bien, sonó mal, muy mal, quiero decirle “muy mal mamá, eso tampoco se dice”, pero no quiero decirle eso y quedarme sin mamá.

A veces el gordo desaparecía y yo me olvidaba del versito, y de las risas. Y las tardes pasaban con la abuela, que me cortaba el flequillo, y me tomaba las medidas para otro vestido. Con vuelos le dije, muchos, ¿pero cuántos querés? me dijo, todo de vuelo, pero ella me decía que en el figurín no había ninguno así, y se enojaba, se enojaba mucho, ella decía que yo podía querer solo lo que había en la revista porque si no ella no sabía, una revista como de antes, y a mí me gustaban las cosas de antes, la ropa de mis tías, las muñecas, la revista del hada Patricia, y las canciones, que me canten, que me enseñen, quería que todo el mundo de antes entrara en mi cabeza, para que mi cabeza se fuera a otros lados de viaje cuando me tengo que quedar debajo de la cama mucho tiempo.

¿A dónde estás? a veces me pregunta la mami, siempre en otro lado dice la maestra, que siempre estás volando. ¿Cuándo vas a bajar?, que no vas a aprender nada, y mirá este cuaderno todo manchado, hay que hacerlo todo de vuelta ¿Y quién te enseñó?, yo no te enseñé a ser tan desprolija.

La abuela terminó el vestidito, azul, igual que los zapatos dijo, una muñequita, una muñequita vestida de azul dijo la tía, ¡ay ay, pero qué linda estás Nena! dijo la mami. El papi decía algo del regalo, que no lo soltara, que lo agarrara fuerte. En el cumpleaños no había globos, la mami dijo que había cumpleaños sin globos, que el gordo ya no ponía ni globos ni serpentinas, ni iba a dar sorpresitas.

Desde la punta de una mesa larga el gordo dijo con la voz fuerte como gritando “ahí viene mi regalo”, pero no miró mis manos y eso me asustó, me quedé pegada a las piernas de mamá, y el gordo siguió y todos miraron “acá viene la vecinita que tengo loca de amor, a ver si hoy me regalás otro versito vos ¡Qué muñequita! ¿Vieron lo que es esta muñeca?”. Y yo me escondí, y el papi se enojó y dijo “andá a darle el regalo y dale un beso al gordo que te invitó al cumpleaños”.

La mami dijo “andá y saludá, no seas mal educada”, me empujó, y dijo “ay los calores que me hace pasar esta chica”. Caminé mirando para abajo, y el gordo se inclinó para un costado, pero no agarró el regalo, me abrazó con un brazo largo como si fuera pulpo y me besó fuerte en el cachete y sentí el bigote casi en la boca, y el olor a vino me entró por la nariz y me pegó arriba en la frente de adentro, y con el brazo de pulpo me rozó hasta adelante y después toda la espalda hasta mi cola y ahí me dio como un chirlo chiquito y me dijo, “gracias muñeca, cada día más linda vos”.

Yo me quedé como estatua mirando la mesa y el gordo dijo, dejá el regalo ahí… Y mi mamá parecía estatua, o maniquí con pelo de espuma, hablando y hablando mirando para otro lado, y el papi también mirando la mesa sin mirar donde estoy y donde está el gordo y la mano del gordo. Miraba desde abajo, desde abajo los grandes se ven más grandes, crecen como montañas, como figuras que se estiran y se vuelven flacas, menos el gordo, él se volvía más ancho y para salirme del cuerpo del gordo tendría que correr hasta el auto, o hasta abajo de mi cama, en mi casa.

Este es el momento de viajar con mi cabeza al mundo de antes, pensé. Debe ser por eso que no me acuerdo cómo siguió el cumpleaños, dónde estuve, si jugué a la escondida, si corrí por el patio, si hubo otros chicos, no sé. No me acuerdo.

Cuando volví del mundo de antes era el momento de soplar las velitas, y el gordo seguía sentado en la punta, y me pidió que lo ayudara y a mí me gustaba soplar las velitas, me hizo upa, y mientras la gente cantaba, el gordo dejó su mano en mi panza y un poco más abajo, y decía que estaba pidiendo deseos que no soplara, que esperara un poquito más, y la gente cantaba, y aplaudía, y siguieron cantando “feliz, feliz en tu día, amiguito que Dios te bendiga”, algunos movían copas con vino de un lado a otro, “que reine la paz en tu día”…

Y yo esperaba que el gordo me dijera “ahora”, pero sentí algo duro en mi cola, y el gordo me acomodó como si dijera “sentate bien”, y yo no sé, pero me vino como unas ganas de llorar y mi cuerpo se confundió y en lugar de llorar me hice pis.

El gordo, me gritó y me tiró de la silla, mamá dejó de ser maniquí y corrió para agarrarme, “me meó” dijo el gordo, y la gente se reía, menos mi papá que puso cara de enojado, cara de castigo, de agarrar el cinto. Y la mami también se enojó, pero tenía cara de asustada, de vergüenza, alguien dijo “cochina” y yo corrí, corrí a esconderme, corrí sin saber a dónde correr, buscando mi cama ¿y mi cama? ¿y mi casa? No pude cruzar la calle, no sabía cruzar la calle sola, o si sabía, para cruzar había que dejar de hacer caso, y eso no sabía hacerlo. ¿Cuánto es lejos? A veces es ahí nomás.

FUENTE: Página 12

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Por Natalia Milocco

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