Ricos y gaseosos: hay que prohibir los jets privados

En plena emergencia climática, la aviación comercial también está en la mira: mientras una minoría de personas son viajeras frecuentes, la mayoría no lo hace nunca. Volar, pero ¿a qué costo?

Protesta en el aeropuerto Van Nuys en California. | Foto: Stay Grounded Network.

Por Valeria Foglia (Emergencia en la Tierra).

Aunque se intente naturalizar el uso de jets privados por parte de una minoría privilegiada, su impacto climático es extremo e inaceptable. Las advertencias científicas no se plasman en los debates de política climática, pero ya inspiraron un movimiento para prohibir los vuelos privados.

Tras promover una colecta para los bomberos que lo dieron todo durante los incendios en Corrientes, Santiago Maratea pidió dinero para costear su viaje a la provincia. Con un giro no tan inesperado: sí o sí tenía que ser en jet privado.

Wanda Nara usa vuelos chárter como si fuesen taxis. Elon Musk, Jeff Bezos y Bill Gates bien podrían haber inspirado el personaje de Mark Rylance –un billonario tech con ínfulas de salvador de la humanidad– en Don’t Look Up. Mientras proponen “soluciones” para la crisis climática, los tres son dueños de costosísimas flotas privadas.

Aunque vende cosméticos veganos, a mediados de julio Kylie Jenner escandalizó al mundo cuando se supo que usó su jet privado para un viaje de tres minutos dentro de California. Así y todo, no llegó al top ten de tóxicos que elaboró la consultora Yard con datos de Celebrity Jets: el podio lo ocupaban Taylor Swift, Floyd Mayweather y Jay-Z.

De todos los consumos de los ricos y poderosos, los viajes aéreos sin duda son los que más emisiones generan. La campaña Make Them Pay, orientada por Extinction Rebellion y Scientist Rebellion, los caracteriza como “el pináculo de la injusticia climática, social y económica”, y propone lisa y llanamente que se los prohíba. No se equivocan: el 89 % de la población mundial jamás voló, y, si se toma 2018 como referencia, lo hizo apenas entre el 2 y el 4 %.

No se trata solamente de los jets privados. La aviación de conjunto es responsable por un 3,5 % del calentamiento global por causas antropogénicas. El dióxido de carbono suele llevarse el protagonismo, pero representa menos de la mitad de dicho impacto (1,59 %). Lo restante (un 66 %) lo aportan fundamentalmente las estelas de vapor de agua de los escapes de los aviones y los óxidos de nitrógeno (NOx).

Puede parecer poco en comparación con otros sectores, pero se espera que el tráfico aéreo, particularmente difícil de descarbonizar, se duplique hacia 2050. La política climática mundial le da la espalda al asunto pese a la vasta literatura científica al respecto. Poner la lupa sobre los vuelos top nos permite reflexionar sobre la justicia climática.

¿Ahora se meten con los aviones?

Cuando en 2019 Greta Thunberg cruzó el Atlántico en un velero hacia la Cumbre de Acción Climática de la ONU en Nueva York, no se trató de esnobismo. Estaba intentando marcar un punto. La aviación, una fuerza poderosa dentro de la economía capitalista, tuvo un desarrollo tan vertiginoso y efectivo que eclipsó el contador de emisiones generadas por la industria –septuplicadas entre 1960 y 2018–. Antes de la caída obligada por el covid-19, la industria sugería que entre 2020 y 2050 se triplicarían. El más que probable repunte de la aviación pone en jaque hasta los planes climáticos más conservadores.

¿No es hora de discutir el transporte aéreo con los datos en la mano?

La aviación comercial, que incluye el transporte de carga y pasajeros, es una usina de gases de efecto invernadero (GEI). Kieran Tait, de la Universidad de Bristol, explica en The Conversation que “los aviones modernos queman queroseno para generar la propulsión hacia adelante necesaria para superar la resistencia y producir sustentación. El queroseno es un combustible fósil con una excelente densidad energética, proporcionando mucha energía por kilogramo quemado. Pero, cuando se quema, se liberan sustancias químicas nocivas: principalmente dióxido de carbono (CO2), óxidos de nitrógeno (NOx), vapor de agua y partículas (pequeñas partículas de hollín, suciedad y líquidos)”.

Si atendemos a las estimaciones de la International Air Travel Association, el promedio mundial por persona es un viaje en avión cada veintidós meses. Puesto de esta manera, se oculta que mientras una minoría de personas son viajeras frecuentes, la mayoría no viaja en avión en absoluto.

Un trabajo publicado en Global Environmental Change (2020) reveló que el 1 % de las personas causan el 50 % de las emisiones de la aviación mundial, dando cuenta de las diferencias entre clases, países y regiones. En los de bajos ingresos es apenas un 1,63 % la población que en teoría podría haber viajado en avión. Cuando se trata de países con ingresos medianos bajos, un 7,51 %; y un 24,72 % en los de ingresos medianos altos. El 100 % solo se alcanza en aquellos de altos ingresos, ya que se estima que cada habitante podría haber realizado al menos un viaje.

Si todo sigue igual, el futuro no es prometedor: las previsiones de Airbus aseguran que la región de Asia-Pacífico representaría el 44 % de la demanda de transporte aéreo para 2050, seguida de América del Norte y Europa (ambas con el 17 %), mientras el “resto del mundo” reuniría un 22 %.

Activistas bloquearon un avión privado en Schiphol, en los Países Bajos. | Foto: Shutterstock.

Jet privado, el peor de todos

Semanas atrás debatíamos la insostenibilidad del coche particular (aun el eléctrico). Las cifras ridículas del avión privado explican por sí mismas que encabece el ranking como medio de transporte más ineficiente en términos energéticos. En solo una hora, un jet puede emitir dos toneladas de CO2, y es de cinco a catorce veces más contaminante que los aviones comerciales (por pasajero) y cincuenta veces más que los trenes, según expuso la ONG Transport & Environment (2021).

“Un vuelo privado de cuatro horas emite tanto como una persona promedio en un año”, reclaman desde la campaña Make Them Pay. Semanas atrás, activistas de XR y científicos de SR bloquearon accesos a aeropuertos como el de Teterboro en Nueva Jersey –frecuentado por Steven Spielberg, Jay-Z y Kylie Jenner–, y otros en Carolina del Norte, California y Washington, por lo que varios fueron arrestados.

Hubo acciones similares en Italia, Reino Unido, España, Países Bajos, Portugal, Alemania, Australia, Francia, Suecia y Noruega. “Los ricos están destruyendo el planeta”, declaró mirando a cámara uno de los científicos que protestó en La Haya. Al interior de Europa, Reino Unido y Francia concentran el 40 % de las emisiones de jets privados en la región.

El científico climático Peter Kalmus, que se desempeña en el Laboratorio de Propulsión a Reacción de la NASA, se encadenó a las puertas del Wilson Air Center en Charlotte, California, y volvió a ser detenido junto a otros activistas (como sucedió en abril durante la rebelión científica global). En diálogo con Emergencia en la Tierra, Kalmus afirma a título personal que el principal argumento contra los jets privados es la “justicia climática”, ya que, como se menciona en un reporte reciente de Oxfam International,

“los multimillonarios tienen un millón de veces el impacto climático de una persona promedio”.

El costo ambiental de los jets privados es extremo. Por mucho que medios masivos, anunciantes, influencers e industria aérea los festejen y alienten, es inaceptable que un porcentaje mínimo y privilegiado de la sociedad genere emisiones en forma desproporcionada.
Influencers de la desigualdad

No es novedoso decir que los millonarios y billonarios viven en una burbuja. Viajan en aeronaves inmensas con poquísimos pasajeros y distancias muy cortas (en algunos casos, menos de 500 kilómetros) que demandarían pocos minutos u horas por carretera. La élite rica está en la mira por sus consumos de lujo y nula responsabilidad social, mientras eventos extremos atribuidos a la crisis climática devastan comunidades con más frecuencia e intensidad cada vez.

Transport & Environment, que hace campaña por un transporte más limpio en Europa, asegura que los superricos intentan justificar su elección de vuelos chárter por ahorro de tiempo y conexiones entre aeropuertos que no son provistas por la aviación comercial. Sin embargo, mientras la emergencia climática ya azota a un mundo que la semana pasada llegó a ocho mil millones de personas, los caprichos de la élite son inexcusables.

Elon Musk, Jeff Bezos y Bill Gates no solo comparten el selecto top ten de Forbes. Los tres magnates tecnológicos poseen sus propias flotas privadas: Musk tiene cuatro aviones –tres Gulfstream y un Dassault 900B– y uno “en camino”, un Gulfstream G700; Bezos ostenta dos Gulfstream G650ER, y Gates acumula cuatro –dos Gulfstream G650ER y dos más “discretos” Bombardier Challenger 350–. Musk y Bezos, además, compiten con Richard Branson –dueño de varias aerolíneas– en una carrera espacial multimillonaria que puede emitir tanto CO2 en un solo vuelo como una persona promedio durante toda su vida.

Las celebridades no solo son grandes usuarias de vuelos privados. Son sus principales publicistas toda vez que los presentan como un consumo aspiracional, identificado con cierto estatus en la sociedad.

Cenas lujosas con vistas increíbles desde el aire, poses descontracturadas como si estuviesen en el living de sus casas o la clásica “postal” a punto de abordar un jet son el abecé en los perfiles de Instagram de artistas, deportistas, modelos e influencers multimillonarios. Lo que venden, sin embargo, no solo no es realizable para el común de los mortales. Tampoco es deseable.

Yard calculó que, en total, las veintiún celebridades analizadas produjeron hasta fines de julio de 2022 un promedio de 3376,64 toneladas de CO2 equivalente (tCO2e) cada una, cuando en promedio el resto de las personas emiten siete toneladas anuales. El vergonzoso ranking lo encabeza Taylor Swift (💔), que pese a no estar de gira ya acumulaba 22 923 minutos en el aire en sus 170 vuelos desde enero. Más tarde un vocero declaró a BuzzFeed News que Taylor “presta” frecuentemente sus dos jets, por lo que atribuirle todos esos viajes sería “flagrantemente incorrecto”. Sin embargo, la excusa no cayó nada bien, ni siquiera entre las swifties.

Floyd Mayweather mostró ser un peso pesado de las emisiones. Aunque no llegó a las 8293,54 toneladas de Taylor, sus 7076,8 no son para alegrarse. Yard descubrió que el exboxeador tomó casi un vuelo por día, y durante un viaje de diez minutos a Las Vegas emitió una tonelada de CO2.

Jay-Z tampoco está de gira, pero hasta agosto realizó 136 vuelos, con trayectos nacionales especialmente cortos, lo que equivale a casi dos semanas en el aire. El top ten se completa con Alex Rodríguez, Blake Shelton, Steven Spielberg, Kim Kardashian, Mark Wahlberg, Oprah Winfrey y Travis Scott –que, por cierto, llegó en su jet a Argentina–.

Tom Cruise, las Kardashian, Floyd Mayweather y Donald Trump tienen sus propios aviones.
Injusticia climática

Es imposible lidiar con la crisis climática si no se actúa contra la desigualdad y la concentración de la riqueza. Pese a las advertencias científicas, los ricos siguen alimentando impunemente la economía fósil, y los Gobiernos lo ocultan a la hora de debatir las políticas climáticas.

El reporte de Oxfam del que habla Kalmus llegó justo para el inicio de la COP27 en Egipto. Allí se analizan las inversiones de las 220 personas más ricas del mundo según la lista de Bloomberg (Paolo Rocca figura por Italia en el 161º lugar) para echar un poco de luz sobre su contribución a la emergencia climática.

Con su estilo de vida de jets, yates y mansiones, sus emisiones son miles de veces superiores a las de una persona promedio, sostiene Oxfam. Pero, como diría Schopenhauer, vivimos en el peor de los mundos posibles y, si se incluye su participación en las empresas en las que invierten, las emisiones de los multimillonarios son un millón de veces más altas que las del común de los mortales.

La huella de carbono anual de solo 125 de los multimillonarios estudiados equivale a las emisiones de toda Francia. Esto representa un promedio de 3,1 millones de toneladas por multimillonario, un millón de veces más que las 2,76 toneladas promedio para alguien en el 90 % inferior de la humanidad.

Tomando 2018 como referencia, otro trabajo, publicado en Science, Practice and Policy, se basó en registros públicos para estimar que las emisiones de yates, aviones, helicópteros y mansiones de veinte multimillonarios –de Roman Abramovich a Carlos Slim– generaron en promedio unas 8194 tCO2e. Las comparaciones abruman: según lo recogido por Lucas Chancel (2021) en un análisis sobre la desigualdad de carbono de 1990 a 2019, cualquier persona entre las mil millones más pobres emite alrededor de 1,4 toneladas de CO2 cada año.

La geografía de la desigualdad climática también dice mucho. Al analizar el período desde el Protocolo de Kioto al Acuerdo de París (1999-2015), Chancel y Thomas Piketty encontraron que el 10 % de los principales emisores representaban el 45 % de las emisiones globales de CO2e. Aunque hay grandes emisores en todo el mundo, identificaron cinco países en los que el 1 % de los más ricos superan las 200 tCO2e por año:

Estados Unidos: en promedio, casi cuatro millones de personas superaron anualmente las 318 tCO2e cada una. Luxemburgo: diez mil individuos generan 287 tCO2e cada uno. Singapur: cincuenta mil personas, 251 tCO2e. Arabia Saudita: 290 000 personas, 247 tCO2e. Canadá: 350 000 individuos, 204 tCO2e.

Para darse una idea, los emisores bajos en muchas partes de África generan solo 0,1 tCO2e por año.

A diferencia de la mayoría, el selecto club de los ricos y gaseosos tiene total control sobre sus opciones energéticas, que determinarán las emisiones globales por décadas. Su ánimo de lucro y acumulación es incompatible con las soluciones climáticas: a esta altura, exigirles buena voluntad y compromiso es una utopía trágica.
El futuro de la aviación

Kalmus es tajante: “No puede haber ningún vuelo que queme hidrocarburos durante una emergencia climática. Simplemente no tiene sentido”. Para el científico de la NASA, “los vuelos más pesados que el aire tendrían que ser eléctricos o impulsados por hidrógeno verde producido a partir de electricidad renovable”.

La ONG T&E agrega que, mientras eso no ocurra, “se debe imponer un impuesto sobre el boleto y el combustible a los aviones privados que usan combustible fósil, escalado con la distancia de vuelo y el peso de la aeronave, para tener en cuenta su impacto climático desproporcionado”.

En el mismo sentido, desde Make Them Pay proponen que los viajeros frecuentes y los que transitan mayores distancias paguen más. Sostienen que así recaudarían por lo menos cien mil millones de dólares al año para financiamiento climático, una de las principales demandas de los países en desarrollo en la fallida cumbre climática en suelo egipcio.

La aviación privada es una muestra obscena de la contribución de los multimillonarios a la crisis climática. Su vocación destructora del planeta, empero, está lejos de agotarse en el transporte de lujo. Los debates para establecer el Antropoceno como nueva época geológica nos enfrentan a una realidad incontestable: desde mediados del siglo XX las actividades humanas tienen impacto geológico y nos llevan a una crisis que amenaza la propia existencia de la vida en la Tierra.

El desafío es, más que nunca, ajustar la mirada y enfocar a la clase dirigente y sus elencos políticos como responsables de esta debacle. El impulso desenfrenado del capital por traspasar las barreras que lo limitan –del que habló Karl Marx en los Grundrisse– nos lleva al colapso. No se trata de pelear por que todos vuelen en jets privados, sino de una revolución económica, ecológica y social que nos abra el camino para planificar y organizar la vida sobre nuevas bases, considerando los límites de la Tierra.

FUENTE: ANRed

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