Escribí este libro casi un cuarto de siglo atrás, impregnado con el fervor y el entusiasmo que me había contagiado la comunidad de La Realidad, en la selva Lacandona, donde estuve varias semanas conviviendo con bases de apoyo y activistas solidarias. Aún siento en la piel la emoción que me envolvió cada día en aquella comunidad y la nostalgia en el momento de la partida.
Les dejamos el prólogo escrito por el autor para la nueva edición.
Aunque han pasado casi 25 años, siento exactamente lo mismo cada vez que me acerco al mundo del neo-zapatismo. Al retornar a los territorios donde “el pueblo manda y el gobierno obedece”, volví a emocionarme y las lágrimas son el mejor testimonio de un sentimiento de honda conmoción. Así fue durante la “escuelita” y así es en cada oportunidad que puedo convivir, aunque sea algunos días, con las bases de apoyo y los militantes del EZLN.
De algún modo debería poder explicar esta situación tan poco “normal”. Lo habitual es que los entusiasmos iniciales se vayan desvaneciendo con el paso de los años, de las décadas. Dirán fanatismo los más escépticos. Pero lo cierto es que encuentro tras encuentro he podido renovar mi simpatía y mi compromiso con el zapatismo. No voy a negar una tendencia a la idealización de los procesos revolucionarios que considero auténticos, una “desviación” que me acompaña desde que tengo memoria y que, probablemente, sea la contracara del rechazo a la política institucional y de arriba.
Voy a intentar exponer las razones de mi entusiasmo por el zapatismo con argumentos, explicando lo que fue emergiendo desde aquellos años o, si se prefiere, lo que existía en germen pero no había sido capaz de interpretar.
El primer aspecto a destacar es la consolidación de la autonomía.
La creación de las Juntas de Buen Gobierno ha sido un paso fundamental ya que le da un cuerpo concreto a los tres niveles de la autonomía (comunitaria, municipal y regional). No conozco ninguna revolución que haya creado esos tres niveles de poderes autónomos y que cada uno de ellos funcione en base a la elección por los pueblos y comunidades y que los electos sean rotativos.
Para llegar a esta nueva creación colectiva, debió suceder algo notable: el ejército dio un paso al costado perdiendo la capacidad de controlar y dirigir a las comunidades, por una razón estrictamente ética. La Sexta Declaración de la Selva Lacandona lo dice sin vueltas: “La parte político-militar del EZLN no es democrática, porque es un ejército, y vimos que no está bien eso de que está arriba lo militar y abajo lo democrático, porque no debe ser que lo que es democrático se decida militarmente, sino que debe ser al revés: o sea que arriba lo político democrático mandando y abajo lo militar obedeciendo”[2].
De ese modo separaron la parte político-militar de las organizaciones autónomas y de autogobierno democrático de las comunidades zapatistas, de modo que las decisiones que antes tomaba el ejército “fueron pasando poco a poco a las autoridades elegidas democráticamente en los pueblos”. No sólo las decisiones sino también los trabajos de vigilancia, así como los contactos en México y el mundo con otras organizaciones. Hubo dos logros que parece importante destacar: los proyectos solidarios empezaron a llegar de forma más pareja a las comunidades y municipios y eso permitió mejoras en la educación y la salud. Debían superar el problema de que llegaban recursos a las comunidades más cercanas a las ciudades o mejor comunicadas, lo que generaba desigualdades dentro del mundo zapatista.
El segundo cambio a destacar, que es un logro mayor que no se conocía desde la breve experiencia de la Comuna de París, en 1871, es que todos y todas aprenden a gobernar, ya que las personas que participan en la Juntas de Buen Gobierno rotan una vez por semana. La figura de la rotación es clave y se registra en todos los niveles de la autonomía. Permite que no se consolide o congele una burocracia que es la clave de la forma-Estado. En este punto, debe afirmarse que no existe ningún precedente en la historia revolucionaria de construcción de formas de poder que no repitan la lógica estatal de la separación y jerarquía entre quienes mandan y quienes obedecen. El concepto de mandar obedeciendo se ajusta a este otro tipo de poder autónomo, inédito en el mundo, que lleva más de una década y media funcionando.
Como señala Sergio Rodríguez, los caracoles y las juntas representan una fusión entre las formas de gobernar tradicionales de los pueblos originarios, “que no se asemeja a la forma occidental de gobernar”, y el proceso de auto-organización social impulsado por el zapatismo, que “rompe con cualquier tradición de territorios liberados, zonas bajo control, etcétera”[7].
El segundo aspecto es el papel de las mujeres de abajo.
Desde muy pronto el zapatismo rechazó cualquier imposición, incluyendo las que provienen del campo revolucionario o de izquierda. En el acierto o en el error, ellos y ellas deciden los caminos a seguir. Los avances en la participación de las mujeres son notables y se pueden ver de forma muy clara en dos espacios diferentes: a escala pública en el encuentro de Morelia en marzo de 2018 y en la vida cotidiana en la presencia de mujeres en las juntas de buen gobierno, en los municipios autónomos y en la comunidades, así como en los espacios de salud.
El EZLN reconoce que aún está lejos de alcanzar los niveles de participación femenina que desearían y destaca que algunas mujeres jóvenes prefieren no asumir ciertas responsabilidades. Lo importante es que no ocultan las dificultades y eso permite suponer que los procesos de participación seguirán su desarrollo.
La comandante Erika dijo durante el encuentro de Morelia que algunas mujeres urbanas “nos desprecian porque no sabemos de la lucha de mujeres, porque no hemos leído libros donde las feministas explican cómo debe ser” [4]. Les duele que las critiquen sin conocer a fondo su lucha, pero también sienten que hay un feminismo eurocéntrico y de clases medias académicas que no las respeta. Las mujeres zapatistas no se dicen feministas sino “mujeres que luchan”.
Por eso Erika dijo que no sólo son mujeres, sino pobres e indígenas, algo que las coloca en un lugar de triple opresión. Las mujeres zapatistas anudan la lucha contra el patriarcado con la lucha contra el capitalismo y no comparte la actitud de algunas feministas que sólo se pronuncian contra el patriarcado. Sin embargo, pese a las diferencias ellas no juzgan a las otras mujeres; por eso el encuentro era una invitación “para encontrarnos como diferentes y como iguales”.
Además de la creciente participación de mujeres, habría que destacar el enorme recambio generacional, la masiva participación de jóvenes en todos los niveles del EZLN. Este aspecto, como señala el último comunicado del subcomandante insurgente Marcos, es tan evidente que no merece más que ser registrado con cierto asombro, ya que los procesos de lucha han tenido grandes problemas en este aspecto.
La construcción de un mundo otro, es el tercer aspecto.
En las revoluciones anteriores las zonas rojas o liberadas funcionaban como apoyo para que las fuerzas revolucionarias tuvieran recursos y retaguardias para combatir al ejército enemigo y derrotarlo. Eran medios, no fines, como sucedió durante la guerra popular y prolongada del pueblo chino contra el invasor japonés primero y el gobierno del Kuomintang después. Las zonas liberadas se subordinaban a la lógica militar de la guerra, como lo señala Mao en su texto sobre la guerra contra Japón[6]. Estos poderes de abajo estuvieron siempre controlados por el partido que nunca se propuso su desarrollo autónomo.
Los zapatistas decidieron construir otro mundo en base a la autonomía. Esto es algo nuevo, completamente nuevo. No se trata de que tengan iniciativas de educación, o de salud o de producción dentro de este sistema, como tienen la mayoría de los movimientos actuales, que están insertos en la sociedad capitalista y que han construido espacios propios en alguno de esos terrenos. En otras geografías participamos en ese tipo de espacios, que son bien importantes porque allí se forman personas que luchan contra el capitalismo, el patriarcado y el colonialismo.
El caso del zapatismo es diferente. Los cinco caracoles y las cinco juntas de buen gobierno, las tres decenas de municipios autónomos y las cientos de comunidades, conforman otro mundo, con sus propios órganos de poder y de impartir justicia, con sus límites y fronteras que marcan quién está en ese mundo otro, con su sistema de salud, de educación y de producción de alimentos, con sus bancos y sistemas de ahorro y préstamo. Este mundo, esa otra sociedad, es diferente a las zonas liberadas de los movimientos revolucionarios del siglo XX. Este mundo ya existía en 1995, cuando estuve en La Realidad, pero ahora tiene un desarrollo mayor, tanto en cantidad como en calidad, según aprendimos en la escuelita “La Libertad según l@s zapatistas”.
En el mundo zapatista la clave es el trabajo colectivo en los medios de producción recuperados. La propiedad es colectiva pero la gestión también es colectiva, lo que diferencia el proceso zapatista de otras revoluciones donde la gestión se ha realizado con criterios individuales, con directores de fábricas o jefes de cada unidad productiva. Este tipo de gestión “privada” abre las puertas al capitalismo aunque la propiedad sea colectiva.
La otra cuestión clave la explicó el subcomandante Moisés en el encuentro El Pensamiento Crítico frente a la Hidra Capitalista, cuando destacó que si no se prepara a la nueva generación, los viejos terratenientes como Absalón Castellano regresarán para “mandar otra vez en las comunidades”[8]. Nos encontramos una mirada no economicista o anti-economicista de la política, en la cual el centro ya no es la sólo la propiedad o la organización técnica del trabajo, sino los trabajos colectivos como motor del proceso.
Los zapatistas señalan que su meta-teoría es su práctica, o sea el recambio en el pensamiento, que es el cuarto aspecto.
Sería muy difícil repasar todos los aportes teóricos del zapatismo. Me limito a algunos que creo son de gran utilidad para los movimientos. Considerar el modelo actual que algunos marxistas denominan como “acumulación por desposesión”, como “cuarta guerra mundial” [1], me parece un acierto mayor. Supone una mirada desde los pueblos, desde quienes se organizan y resisten, una mirada desde abajo en suma. Para los sectores populares esa es precisamente su sensación, de que están viviendo una guerra que busca desplazarlos (de sus comunidades rurales o urbanas) para que el capital pueda apropiarse de los bienes comunes (tierra, agua, materias primas) para convertirlos en mercancías.
La propuesta de no hacerse cargo del aparato estatal y de no incrustarse en las instituciones (que a menudo hemos mal-interpretado como “no tomar el poder”), es otro de los aciertos político-teóricos del EZLN. Es la primera vez que un movimiento revolucionario no dispone todas sus fuerzas para tomar el Estado, sino para resistir al capital y a sus fuerzas armadas y crear algo nuevo, un mundo “donde quepan muchos mundos”. No trabajan por conquista la hegemonía (aunque no lo formulan de ese modo) y tampoco promueven la unidad de las fuerzas del cambio porque conduce a la homogeneización de las organizaciones.
Sobre la cuestión teórica hay un desarrollo bien interesante que pone en primer lugar no quién habla sin “desde dónde se habla”[1]. Al revés de lo que hace la academia. El zapatismo insiste en que no tiene una teoría acabada sino reflexiones teóricas, que observa tendencias y que esa reflexión tiene “carácter aproximado y limitado en el tiempo, en el espacio, en los conceptos y en la estructura de esos conceptos. Por eso rechazamos las pretensiones de universalidad y eternidad en lo que decimos y hacemos”[1].
Todo lo contrario de lo que dice cierto marxismo dogmático cuyas afirmaciones tienen la ambición de ser válidas para todos los tiempos y en todo lugar.
No la considero una ética de prescripciones (una moral que establece lo que está bien o mal) sino una ética de la coherencia, de poner el cuerpo detrás de lo que se dice, de anudar las palabras a los hechos, de decir lo que se hace y hacer lo que se dice, como han señalado en varias oportunidades. Para quienes nos formamos en la militancia de los años sesenta y setenta, esto es muy fuerte, porque nos formamos en la idea de crear organizaciones que construyan sus bases, que son objetos que van detrás de la dirección o la vanguardia. Esas bases, “masas” les siguen diciendo algunos, son inertes, no tienen vida propia, se limitan a seguir las indicaciones de quienes las acaudillan.
Para el sub Marcos el relevo más importante fue el del pensamiento: “del vanguardismo revolucionario al mandar obedeciendo; de la toma del Poder de Arriba a la creación del poder de abajo; de la política profesional a la política cotidiana; de los líderes a los pueblos; de la marginación de género a la participación directa de las mujeres; de la burla al otro a la celebración de la diferencia”[3].
En el curso “La Libertad según l@s zapatistas” pudimos observar que el individuo subsumido en el colectivo, que el es colectivo quien manda, que son los pueblos y las comunidades las que toman las decisiones, algo que aún resulta difícil de aceptar y de creer para la vieja cultura política.
Por eso dice que “el culto al individualismo encuentra en el culto al vanguardismo su extremo más fanático”. Hoy ese individualismo se ha convertido en un endiosamiento a los líderes que reproduce la cultura de arriba, que a veces toma la forma de ese culto a la personalidad que llamamos estalinismo.
El recambio de clase y de raza, es el quinto aspecto.
El EZLN ha pasado, dice el comunicado “Entre la luz y la sombra”, “del origen de clase mediero ilustrado, al indígena campesino”, y “de la dirección mestiza a la dirección netamente indígena”. Esto es una verdadera revolución, un cambio político-cultural sin el cual no podría haber cambios en la sociedad. Hasta ahora las organizaciones revolucionarias en América Latina eran vanguardistas y su composición de clase y de raza es la que describe el sub Marcos. Con la excepción de las organizaciones mapuche radicales y el extinto Movimiento Armado Quintín Lame en el Cauca colombiano.
Muchos militantes e intelectuales de izquierda no creen que el subcomandante insurgente Moisés sea jefe del EZLN, porque no pueden aceptar que alguien de abajo que no sea formado en la academia y en las lecturas de libros, sea tanto vocero como jefe. Es cierto que hay mucho racismo en la izquierda, “sobre todo en la que se pretende revolucionaria”, como señala el citado comunicado.
Me pregunto: ¿porqué la izquierda no cree que un campesino indígena como Moisés pueda ser el jefe y vocero del EZLN, al mismo nivel o a un nivel superior al del sub Galeano? ¿Porqué no pueden aceptar que en el movimiento zapatista los pueblos son los que mandan y no los subcomandantes?
Hay algo más que racismo: una suerte de elitismo que dice que “gente como nosotros”, militantes formados en la academia con muchas lecturas y gran capacidad de oratoria, somos los que realmente hacemos la historia. Esta visión del mundo no es sólo racista y patriarcal, es profundamente capitalista porque cree que sólo las elites bien formadas y bien habladas pueden cambiar el mundo y construir lo nuevo. Porque si los de abajo son realmente sujetos, algo que ellos mismos no se cansan de repetir en sus discursos, la elite militante no tiene un lugar central en la revolución. Y si no lo tiene, ¿para qué nos vamos a sacrificar si no habrá recompensa? Así siente una parte importante de la militancia de izquierda, aunque no lo dicen de este modo.
La carga ética es la que explica esa capacidad de los mandos y miembros fundadores del EZLN de trabajar para desaparecer, para que otros y otras ocupen los lugares centrales. Insisto: es una cuestión de ética, no de línea política correcta, aunque estamos ante una política asentada en valores éticos profundos.
Por último, está la cuestión de la política como guerra.
Estas reflexiones se iniciaron a raíz de la campaña de la vocera del Congreso Nacional Indígena, María de Jesús Patricio Martínez, Marichuy. Su candidatura despertó las más diversas reacciones y perplejidades por parte de quienes simpatizan con el EZLN, en los más diversos rincones del mundo. He encontrado mucho desconcierto respecto a esta candidatura, reflexiones que no suelen pronunciarse en voz alta por respeto al zapatismo. No me refiero, por lo tanto, a quienes aseguran que representa el ingreso del zapatismo en la política tradicional, que es una de las críticas más frecuentes, sino a un desconcierto ante lo inédito, comprensible por cierto.
En la tradición revolucionaria occidental, en la que me he formado, la guerra y la política están anudadas. Dicho de otro modo, la “lógica de guerra” ha impregnado la política revolucionaria, algo que no está directamente ligado a las armas, porque es compartida por no pocos partidos legales que no tienen ninguna pretensión de utilizar la lucha armada.
Como sabemos, Lenin tomó de Clausewitz1 la máxima de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. El revolucionario ruso quería comprender lo que estaba sucediendo en el mundo durante la guerra imperialista de 1914 y trazar una estrategia adecuada para aprovechar para derrotar a las clases dominantes arrebatándoles el poder, transformando la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria.
Su punto de partida es enteramente correcto: “Una clase oprimida que no aspirase a aprender el manejo de las armas, a tener armas, esa clase oprimida sólo merecería que se la tratara como a los esclavos”[5]. Rechazaba el pacifismo que llamaba a dejar las armas así como la “defensa de la patria”, porque ambas posiciones implicaban arrodillarse ante las clases dominantes de los países imperialistas.
Sin embargo, el partido de Lenin adoptó una “lógica de guerra”. Por ella entiendo la cultura política que lleva a que las fuerzas revolucionarias coloquen todas sus energías en confrontar y aniquilar al enemigo, en destruirlo material y simbólicamente, lo que no está mecánicamente ligado a la posesión de armas. Para conseguir ese objetivo, los bolcheviques procedieron a la homogeneización y la uniformización del partido, cerrando todo resquicio a las diferencias internas y tratando a los discrepantes con la misma lógica que a sus enemigos.
Desde aquel momento la lógica de la política como guerra se convirtió en hegemónica en el campo revolucionario en todo el mundo. La necesidad de aplastar al enemigo justificó hacer la guerra, también, dentro del campo revolucionario, juzgando, expulsando y aún asesinando a quienes pensaban y actuaban de forma diferente. Peor aún: justificó la pretensión de alinear a toda la población en esa lógica, pagando costos tremendos como la violencia masiva contra los campesinos por parte del régimen soviético, que se cobró millones de vidas.
El estalinismo es hijo de esa política, más que de las características de un personaje que llamamos Stalin. Esa política de guerra, ¿tiene alguna relación con los asesinatos de Roque Dalton y de la comandante Ana María por diferencias político-ideológicas?2 ¿Y con los crímenes de Sendero Luminoso? ¿Quién se hace cargo de estos desastres que enlodan el campo de la revolución?
El zapatismo ha deslindado con la “lógica de guerra”. Son muchos los textos en los cuales aparece esta distinción que, es bueno insistir, no tiene nada que ver con las armas. En varias ocasiones han insistido en que son un ejército, con su estructura piramidal y su centro de mando, pero es un ejército diferente, que obedece a las comunidades y a los pueblos y que, algo notable, tiene vocación de desaparecer.
Sin el levantamiento armado que protagonizó ese ejército el 1 de enero de 1994, nada habrían conseguido los pueblos. En particular, no hubieran recuperado tierras donde construyen mundos otros. Pero ese ejército se preguntó si debía proseguir en el camino militar o tomar otro que consiste en “reconstruir el camino de la vida, ése que habían roto y siguen rompiendo desde arriba”[3].
Una pregunta fundamental, entre las muchas que se formula ese comunicado, dice: “¿Debíamos inscribir nuestra sangre en el camino que otros dirigen hacia el Poder o debíamos voltear el corazón y la mirada a los que somos y a los que son lo que somos, es decir a los pueblos originarios, guardianes de la tierra y la memoria?”.
La respuesta es clara: “Y en lugar de dedicarnos a formar guerrilleros, soldados y escuadrones, preparamos promotores de educación, de salud, y se fueron levantando las bases de la autonomía que hoy maravilla al mundo”. Eligieron “construir la vida”.
Es el único movimiento en el mundo que ha optado por un camino de no guerra, o de paz si se prefiere. No es un camino de rosas, porque el poder sigue adelante con su guerra contra las comunidades zapatistas. Es una decisión de los pueblos, no de una dirección política, ni de un par de dirigentes, ni de un ejército. El zapatismo no usurpa las decisiones a las bases de apoyo.
Finalmente, es la primera vez que se apuesta por cambiar el mundo sin guerra, lo que no quiere decir que el EZLN se vaya a desarmar o que no vaya a defender sus territorios. Como en tantos aspectos, han sacado conclusiones de los errores de las “revoluciones triunfantes” del siglo XX y decidieron, armados de ética y coraje, tomar un camino diferente porque creen que de ese modo no van a reproducir el sistema contra el que se han alzado. Es un desafío, ciertamente. Pero es un desafío a todos y a todas quienes queremos cambiar el mundo.
Textos citados
[5]Lenin. V. I. “El programa militar de la revolución proletaria”, en Obras Completas, Akal, Madrid, tomo XXIV, pp. 81-93.
[6]Mao Tse Tung “Problemas estratégicos de la guerra de guerrillas contra Japón”, en Obras escogidas, Fundamentos, Madrid, tomo II, pp. 75-112.
[7]Rodríguez Lascano, Sergio “Caracoles Zapatistas: Creación heroica” en Rebeldía, Nº 50, enero.
Subcomandante Insurgente Moisés “Economía Política I: Una mirada desde las comunidades zapatistas”, en El Pensamiento Crítico Frente a la Hidra capitalista I. Página 92.
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