Exaltación movilizada contra las fumigaciones: la Cruz que nadie quiere cargar

La asamblea de vecinas y vecinos de Exaltación de la Cruz, provincia de Buenos Aires, se encuentra en alerta ante la evidencia de contaminación por agrotóxicos en personas, y el estruendoso silencio oficial. Una nueva movilización llevó bidones simbólicos de los mismos venenos que se echan sobre la gente al Palacio Municipal, y una serie de banderas que avisaron «Si envenena, no es agricultura» y reclaman el Nunca Más de esta época: «Paren de fumigar». Cómo se expresa la comunidad para sobrevivir, frente a la resistencia del agronegocio, y la carta de les niñes que nos preguntan: » No podemos crecer sanos si contaminan la tierra, hasta el agua que tomamos, ¿se pusieron a pensar?.

La calma de Exaltación de la Cruz se rompe a pedazos. A megáfonos. A bombos. A platillos. A canciones. A interpelaciones. Las palabras «marcha», «protesta», «movilización» no son un lugar común en este partido bonaerense de 45 mil habitantes, situado a 90 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. O, mejor dicho, no lo eran hasta hace poco tiempo atrás.

Pero la paz y la armonía no la resquebrajaron las concentraciones populares, sino un modelo de producción que hace décadas viene generando sobradas evidencias de su mortandad: en el agua, en el suelo, en al aire, en los alimentos, en los cuerpos. Es jueves por la tarde y cientos de vecinas y vecinos se manifiestan contra las fumigaciones, frente a una Municipalidad tan cerrada como ciega-sorda-muda. Convocan la organización vecinal Exaltación Salud junto a la Asamblea de vecines y trabajadores de Exaltación de la Cruz, que velan por un partido sin venenos, agroecológico y con soberanía alimentaria.

Se canta, se expresa, se denuncia. Y también se ríe, pese a todo. Johanna Tejera tiene 23 años. Dos abuelas y una tía que fallecieron por cáncer. Dice que en este tipo de actividades buscan «dar alegría, porque para tristeza ya hay demasiada».

En 2019, junto a una amiga hicieron un relevamiento en los barrios San José y Esperanza: 50 casos de cáncer en 280 casas relevadas. 30 manzanas. La mitad de esas personas ya fallecieron.

La comunidad canta, para subsistir: «Dejen de tirar pesticida, o se terminará la vida». Se sigue cantando: «Vecina, vecino, no sea indiferente, que el agua que tomamos contamina a nuestra gente». Hay datos que sustentan las canciones: análisis recientes revelaron 6 agrotóxicos en el agua de red y de pozo. Y 14 en el suelo.

El municipio de Exaltación de la Cruz tiene poco más de 60 mil hectáreas, de las cuales más de 30 mil tienen cultivos transgénicos. En punta, la soja. Luego, el maíz y el trigo. Si abunda la soja, abunda el glifosato, herbicida que desde 2015 se determinó cancerígeno en animales, probable cancerígeno en humanos y genotóxico.

«Si no entendemos este modelo de producir, nos vamos a quedar sin agua, con una tierra inútil y sin salud. Yo no quiero ver cómo mis hijas se están enfermando, no quiero escuchar más familias juntando plata porque un ser querido debe hacer un tratamiento oncológico, no quiero ver más personas enfermarse. Por eso reclamamos lo que nos corresponde: vivir tranquilos»,

Verónica Garri

comparte Verónica Garri. Lo esencial es invisible a los ojos: Verónica tiene glifosato en su cuerpo. Y lleva puesta una remera con la imagen de Corina, su hijita de tres años que sufre alopecia – ausencia total de cabello-, con una frase. «A mí no me vengas con que el glifosato es un avance tecnológico e inocuo». Para la médica que atiende a Corina no hay dudas, el problema es producto de la exposición a agrotóxicos que sufre desde que fue concebida.

La comunidad se expresa, para sobrevivir: hay una bandera que reza «Basta de cáncer», otra que exige «Paren de fumigar». Y otra más: «El veneno mata, tu indiferencia también». Nadie del municipio se acerca a la movilización. El silencio aturde. Hay vecinas y vecinos que lo despedazan:

«Además de por las próximas generaciones, siento la necesidad de luchar por mí, es nuestra salud la que está en juego hoy, ahora»,

Agustín Brun

explica Agustín Brun, de 27 años. El orden de los números, no altera la resistencia. Susana Pittella tiene 72 años y no se cansa de pelear por un ambiente más sano. Es parte del colectivo Vecinos del Humedal y acompaña la movida: «Hay un lobby muy grande de la Sociedad Rural, no quiere saber nada con cambiar el estilo de producción. La ordenanza acá dice que pueden fumigar a 150 metros, lo mismo que te fumiguen en la cabeza».

Ante eso, las vecinas y vecinos recurrieron a la Justicia. Una cautelar vigente ordena una exclusión terrestre de 1000 metros. Las pulverizaciones aéreas están completamente prohibidas desde marzo de 2019, por una ordenanza que consiguió también la movilización ciudadana.

Foto: @exaltacionsalud

Hay varios carteles: «El negocio para algunos se lleva la vida de nosotros», «Si mata y envenena no es agricultura». Y 14 bidones sobre la vereda del Palacio Municipal. Cada uno lleva una etiqueta mortal: los nombres de los agrotóxicos que degradan el agua y el suelo. Para muestra, basta un bidón: Atrazina. Genotóxico. Cancerígeno. Daños en hígado, riñón y corazón. Disruptor endócrino. Así, uno, dos, tres, catorce. Así se va la vida.

La comunidad denuncia, para transformar: «La muerte es natural, las nuevas formas de morir no. No nos vamos a resignar por nosotros, por nuestras familias, por nuestras infancias. En este lugar saben hace años y no hacen nada. Ese no hacer nada es permitir que tiren los plaguicidas altamente peligrosos. Vamos a seguir hasta que estén presos y presas los que envenenan y permiten esto», afirma Anabel Pomar, vecina e integrante de Exaltación Salud. Su compañero de vida falleció el último 28 de septiembre… de cáncer.

Del relevamiento en los barrios San José y La Esperanza en 2019, se detectó que cuatro de las personas fallecidas por cáncer eran menores. En su memoria, tres nenas y un nene cantan y leen al micrófono palabras que salieron desde su poco más de 1.20 de altura. «Es increíble que quienes tienen que cuidarnos miren para otro lado. Hay que seguir marchando para hacernos oír, por el futuro de todos, por el futuro que se robaron. Por el futuro de quienes ya no están», sueña una niña. Y cierra la marcha y esta nota su compañerito, con una poesía para alimentar la esperanza:

Las infancias tenemos derecho a vivir con dignidad;

crecer en ambientes limpios;

aire puro respirar.

No podemos crecer sanos si contaminan la tierra,

hasta el agua que tomamos,

¿se pusieron a pensar?

Y nadar en el arroyo,

y con barro jugar…

Ser niño y ser niña es peligroso,

algo tiene que cambiar.

Cuidemos a nuestro pueblo,

cuidemos nuestro lugar;

aquí me quiero quedar

y vivir con dignidad.

FUENTE: La Vaca

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Adelanto de un reportaje de la próxima revista MU.

Por Francisco Pandolfi

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