“Hay un extendido analfabetismo ambiental en la élite económica y la clase política”

Con 49 focos de incendio en 14 provincias, 450 mil hectáreas arrasadas en nueve meses y “el lobby del fuego”, como lo define la socióloga Maristella Svampa, sin poder ser desarticulado por las acciones del Ejecutivo ni de la Justicia, “El colapso ecológico ya llegó” (el título de su último libro) parece un hecho más que una advertencia.

Maristella Svampa

La investigadora del CONICET apunta a los intereses en juego, afirma que la problemática del humedal “pone de relieve como nunca antes la irracionalidad de los intereses empresariales en juego” y apunta no solo al lobby sojero, ganadero e inmobiliario, sino, además, arrocero en Entre Ríos y minero en las provincias de los humedales altoandinos.

Sin embargo, no se queda ahí y señala el “extendido analfabetismo ambiental de la élite empresaria y la clase política”. Pese al título de su libro, escrito junto a Enrique Viale y presentado en septiembre, escapa a la seducción de las narrativas distópicas y se propone como “una brújula para salir del (mal)desarrollo”.

Coordinadora del Grupo de Estudios Críticos e Interdisciplinarios sobre la Problemática Energética y miembro del Grupo Permanente de Alternativas al Desarrollo, destaca “la acumulación de luchas ecoterritoriales, indígenas y feministas, campesinas y hasta sindicales, que promueven otro modelo de sociedad”, pero cree que solo “el castigo” frena la voracidad empresaria sobre los territorios y las poblaciones.

“La ley de humedales debe tener un capítulo penal. Es necesario castigar a quienes arrasan con los ecosistemas, sean bosques, humedales, glaciares o zonas periglaciares”, afirmó.

Maristella Svampa

—¿Somos analfabetos ambientales?

—Sobre todo, la élite económica y la clase política son analfabetos ambientales. Costó mucho colocar en la agenda publica y política estas problemáticas; las demandas socioambientales molestan e incomodan no solo porque cuestionan los intereses económicos detrás de los modelos de desarrollo insustentables, sino porque implican cuestionar la mirada sobre el crecimiento económico, el impacto de los modelos de desarrolla, transformar el vínculo con la naturaleza.

Pero, efectivamente, no solo hay grandes intereses en juego, hay también una ceguera epistémica o desarrollista que asienta las bases del extendido analfabetismo ambiental en la dirigencia política y empresarial argentina; algo que también se extiende a las ciencias sociales y humanas que no buscan salir de la zona de confort que implica asumir la complejidad de la problemática ambiental, estudiar, analizar y cuestionar los modelos de desarrollo hegemónico, y las lealtades políticas detrás de la negación de la importancia de la cuestión ambiental.

—Ante las quemas en el Delta de Islas del Paraná, ¿hay real dimensión de las pérdidas que significa sobre el humedal?

—Ahí hay menos ceguera epistémica que intereses en juego. Es preocupante porque las quemas de los humedales, que son ecosistemas frágiles, se agravan con los años y están sufriendo la embestida de fuertes lobbys. El lobby del agronegocio que busca extender aún más la frontera de la soja, la expansión de la frontera de la ganadería intensiva y,

sobre todo, en el Delta del Paraná, los intereses inmobiliarios y los barrios privados que encima pretenden presentarse como modelo de vinculación con la naturaleza.

La sociedad es más consciente y, al calor de la pandemia, vimos que se movilizaron amplios sectores para defenderlos y promover la ley que los proteja en el Congreso Nacional, que está trabada justamente por este triple lobby.

Ahí veo una sociedad con mayor conciencia y movilizada. Además, la ley de protección de humedales no solo enfrenta el lobby del fuego, es decir, sojero, ganadero e inmobiliario, sino que, en el resto de las provincias, se suma el lobby minero, porque los humedales son muy variables, adoptan gran diversidad y hay humedales en los salares altoandinos donde esta el litio y también diversas minas. Así, la minería también promueve que no se apruebe la ley y, en algunas provincias, como Entre Ríos, se suma el lobby arrocero. Como nunca antes, la problemática de los humedales pone de relieve la irracionalidad de los intereses empresariales.

(Imagen: El ciudadano)


—¿Hay similitudes entre el proceso de destrucción del Amazonas y el que se ve ahora en el Delta del Paraná?

—El Pantanal, el mayor humedal del mundo, hoy también está en llamas. América del Sur y, particularmente, Argentina y parte de Brasil están en llamas, y eso muestra la voracidad de los intereses a costa de la vida y los territorios. Efectivamente, estamos en una encrucijada civilizatoria en el marco de una pandemia que tiene orígenes zoonóticos; es decir son virus que saltan de los animales a los seres humanos, altamente infecciosos, como lo es el COVID-19, pero lo fueron también las gripes aviar y porcina; todas ellas ligadas a la devastación de los ecosistemas, a la deforestación y a la cría de animales a gran escala en megafactorías que no son más que cultivos de estas pandemias.

Esto tiene que ver con modelos de desarrollo cada vez más insustentables y, en ese marco, vemos que los intereses empresariales aceleran el colapso ecosistémico.

Ni el Estado nacional ni los provinciales tienen política que controle y penalice a los que llevan a cabo los incendios.

¿Tenemos leyes de presupuestos mínimos? Algunas sí. Tenemos la ley de bosques sancionada en 2007, la ley de glaciares que cumple 10 años y la ley de humedales que no está sancionada pese a tener dos medias sanciones en el Congreso; y tenemos una ley de emergencia climática, pero todo eso es letra muerta si no hay herramientas del Estado para controlar la voracidad de las corporaciones.

En esa línea, hay que incluir un capítulo penal como se propone en la ley de humedales y como se propone para una reforma de la ley de bosques. Es necesario castigar fuertemente a aquellos que, de manera intencional, arrasan con los ecosistemas frágiles, sean bosques nativos, humedales, glaciares o zonas periglaciares.

—En la pandemia, se plantea de la dicotomía entre salud y economía, ¿se hace un planteo similar entre ambiente y sustentabilidad versus desarrollo?

—Hace décadas, soportamos que se oponga lo social a lo ambiental, cuando, en realidad, son los sectores más vulnerables los golpeados y los que sufren los impactos de estos modelos abiertamente insustentables.

Hay coincidencia entre el mapa de la contaminación ambiental y el mapa de la pobreza.

Durante el boom de los commodities, entre 2002 y 2013, hubo rentabilidad extraordinaria por la exportación de commodities en todos los países latinoamericanos; sin embargo, todos los estudios económicos afirman que esa rentabilidad fue capturada por los sectores más ricos.

Al calor de ese boom, se consolidó la concentración de la riqueza, los ricos incrementaron sus fortunas en un 23 por ciento, lo que muestra que es una falsa dicotomía. Por otro lado, la pandemia acentuó la recesión y mucho más en la Argentina, donde arrastramos crisis ya instalada.

Lo que no podemos hacer es caer en las falsas soluciones.

Si con fracking, con minería a gran escala y más soja, más de la mitad de los niños son pobres, por qué pensar que con las mismas soluciones tendremos mejor resultado. Todo lo contrario, más bien es parte del problema.

—El libro repasa los conflictos socioambientales de la Argentina de las últimas décadas, desde la ley de glaciares pasando por las promesas de desarrollo y riqueza del gas y el petróleo de Vaca Muerta, que nunca llegan, y el litio, ¿qué elementos tienen en común esos escenarios?

Vaca Muerta ilustra lo que son las falsas soluciones.

-En Argentina, no solo tenemos una mirada productivista que cree en el crecimiento indefinido, sino una visión “eldoradista” que cree que el yacimiento de Vaca Muerta será la piedra de toque para construirnos como una potencia energética global en un momento donde el mundo, todo, piensa en abandonar los combustibles fósiles porque así lo exige la gravedad de la crisis ecológica.

Pero, además, hay que saber que Vaca Muerta es un agujero negro en el imaginario y no tiene rentabilidad más que como promesa. Lo que vimos desde 2013 a esta parte fue a los gobiernos subsidiando la actividad de las grandes empresas que explotan ese amplio territorio de la cuenca neuquina.

¿Hasta dónde van a llegar los subsidios del Estado?

Estamos tratando de destrabar un impuesto a los sectores más ricos, con lo que estoy acuerdo, pero el gobierno piensa en usar el 25 por ciento de lo recaudado para subsidiar el gas del fracking. Eso es descabellado en un momento en el cual la casa está en llamas, hay que pensar en abandonar los combustibles fósiles, y cuando los ricos son cada vez más refractarios a la redistribución de la riqueza. Eso revela como nunca el poder de los lobbys, la ceguera desarrollista y el analfabetismo ambiental de la clase política, independientemente del signo que sea.

—¿Cómo piensa la pospandemia? ¿El título “Colapso ecológico ya llegó” deja lugar a una mirada esperanzadora?

—Aunque el título es ese, la nuestra es una apuesta por la esperanza y la sostenibilidad de la vida. No somos seducidos por la narrativa distópica. Sin duda, hay una tendencia al colapso ecológico y sistémico en el marco de este capitalismo del caos, donde se perpetúan las desigualdades, se acelera el extractivismo y se expanden las extremas derechas; pero también somos conscientes de que las grandes crisis pueden desembocar en cambios profundos y positivos, y eso depende de las luchas y las practicas sociales.

En esa línea, hay una acumulación de luchas ecoterritoriales, indígenas y feministas, campesinas y hasta sindicales, que promueven otro modelo de sociedad, basado en el paradigma de los cuidados, con una agenda de transición socioecológica que apunte a acentuar los procesos de democratización de las poblaciones.

En esos ejes debe ir la brújula y es nuestra idea de carta geográfica de este proceso tan accidentado de cambios. No nos queda otra que hacer la transición y navegar estas aguas turbulentas.

FUENTE: La Tinta

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