Un besito para Milei y Vidal desde las calles del Orgullo

El acercamiento explícito de Javier Milei hacia Mauricio Macri es revelador de las estrategias de fuerzas conservadoras disfrazadas de rebeldes. El poder de veto de las ultraderechas en Europa son una alerta: esta semana se cayó en Italia una ley contra los crímenes de odio y en España se busca cambiar la ley de violencia por razones de género para imponer sólo una que atienda la “violencia familiar”. Contra esas amenazas, la Marcha del Orgullo pos pandemia es un espacio de resistencia y acuerpamiento, también contra el pink washing y la mercantilización de las identidades.

Frente a la avanzada global de una ultra derecha cada vez más radical, la marcha del orgullo en CABA se plantea como una respuesta política a las voces locales que, como la de Milei, cada vez disputan más espacios y ganan más minutos de aire que los legitiman. Frente a sus discursos de odio, que encuentra su correlato con los de otros cuadros que también militan por la familia como corresponde –como Vidal, por ejemplo-, esta marcha soñada es una oportunidad para reaccionar frente a estas figuras filofascistas en ascenso. Sin embargo, mientras nosotrxs nos preparamos para esta marcha, que también es nuestra fiesta y encuentro, en España e Italia los partidos que miran con nostalgia a Franco y a Mussolini militan leyes contra el colectivo LGBTIQ, en medio de un contexto de crecientes crímenes homófobos. Nuestra perspectiva tiene que ser global. ¿Qué tienen en común ‘libertarios’ como Milei, con personajes como Santiago Abáscal de VOX y Georgia Meloni, de Hermanos Italianos? ¿Cómo es su retórica “a favor de la igualdad”, que borra violencias machistas y contra el colectivo LGBTIQ?

Un fantasma recorre Europa y no, no es el fantasma del comunismo. Es un espectro filofascista y ultra conservador, reactivo sobre todo a las demandas de los feminismos y del colectivo LGBTIQ y que, aliado del Vaticano, cada vez ocupa más bancas en los recintos legislativos europeos. Se trata de espacios políticos en ascenso que estigmatizan a los migrantes y que, si fuese por ellos, los mandarían en un gomón a África sin chaleco salvavidas; y que usan conceptos como “patriotismo”, “familia”, “tradición” y “sentido común” como ariete de guerra contra la ampliación de derechos populares. 

Se trata de cuadros que reforzaron su poder en los últimos diez años subiéndose al tren de conspiraciones como la “ideología de género” y que acusan a las redes sociales de estar lideradas por CEOs de extrema izquierda que amenazan con coartar su libertad de expresión, como pasó con Trump, que fue banneado de Twitter o con Bolsonaro, al que no le permitieron continuar con un vivo de Instagram en el que daba un discurso antivacunas.

Hasta ahora solo propuse una descripción genérica: un molde que podría sentarle bien a un puñado importante de líderes políticos de este lado del mundo o cruzando el Atlántico; desde Viktor Orbán, el primer ministro húgaro, hasta a personajes locales como Espert. Esto es porque, en definitiva, estamos ante la avanzada de una derecha demagógica, cristiana, nacionalista y reaccionaria a nivel global

Sin embargo, estas definiciones toman formas concretas y terroríficas. El miércoles pasado dio la vuelta al mundo una imagen decepcionante y estremecedora: senadores italianos celebraron con vítores y aplausos que habían logrado vetar la Ley Zan, una normativa que busca castigar con cuatro años de cárcel la violencia y el hostigamiento hacia las disidencias sexuales, en un contexto de creciente aumento de crímenes de odio. Uno de los grupos impulsores al boicot de esta ansiada normativa es Hermanos de Italia, un espacio político liderado por Georgia Meloni, una de las caras más reconocibles del ascenso de la extrema derecha en Europa.

Los fantasmas de Franco y Mussolini

Si el escenario político Europeo fuese un colegio, Georgía querría sentarse con Santiago Abáscal, el presidente de VOX. Ambos miran a Franco y a Mussolini con cariño y tienen una agenda política compartida y clara: no migrantes, no feminismos, no gays, no grupos de izquierda (que ellos consideran “terroristas”). Todos estos colectivos son agentes del caos, anti patriotas y amenazantes, enemigos internos que atentan contra la libertad de expresión y el espíritu nacionalista. 

Mientras Georgia milita en contra de las leyes que penan la violencia homofóbica, en España Abáscal busca impulsar en Madrid la ley más reaccionaria de su espacio político. Se trata de una controvertida normativa que da por tierra la idea de la violencia de género y busca suplantarla por “violencia en el ámbito familiar”, lo que implica un borramiento de las agresiones machistas económicas, físicas o sexuales ejercidas particularmente sobre las mujeres. Esto, a su vez, derogaría dos leyes contra la homofobia vigentes en la región. 

Paralelamente, grupos ligados a VOX lograron censurar a mediados de octubre 32 libros de temática LGBTIQ en Castellón, alegando que adoctrinaban a los niños. Este año en el mes del orgullo, en junio, un joven gay fue asesinado en Galicia por una manada al grito de “maricón”. En este país, los crímenes de odio están en aumento y son más violentos que nunca. 

Tanto Abáscal como Meloni, como también Milei, que mira desde estas latitudes a VOX con admiración, sostienen una idea muy concreta: que el género no es una realidad, sino una idea discutible, y que ya hay igualdad entre hombres y mujeres porque la ley es igual para todos. Más bien, son ellas (nosotras) quienes corren (corremos) con ventaja, sobre todo en un contexto de ampliación de derechos impulsados por los feminismos. 

Y aquí es donde estos personajes empiezan a enumerar el listado de argumentos con los que los militantes por el androcentrismo tratan de justificar que exista un “Día del hombre”. Que los varones tienen tasas más altas de suicidios, que hacen trabajos más “sacrificados”, que viven menos a causa de esto, que si hay una guerra son los primero en tener que enlistarse y que en los divorcios tienen que vivir un infierno para compartir la tenencia de los hijos. 

No tienen en cuenta que si se suicidan más es porque creen que hablar de salud mental no es “de macho”, si hacen trabajos más demandantes físicamente es porque el patriarcado cree que a nosotras no nos da el cuero para hacerlos -aunque finalmente sí los hacemos, mientras que al mismo tiempo nos exigen que nos pelemos el lomo haciendo tareas de cuidado nunca remuneradas- y si hablamos del tema guerras, tampoco mencionan los crímenes sexuales cometidos contra las mujeres en conflictos bélicos, por ejemplo. 

Y con respecto al asunto de la tenencia compartida, tampoco se los ve muy comprometidos con respecto a la impactante cifra de padres ausentes que creen que sacando a los chicos a pasear un fin de semana ya cumplieron con su rol paterno y se les tiene que hacer un monumento al “papá del año”. Por otro lado, los crímenes hacia personas del colectivo LGBTIQ+ por motivos homofóbicos en realidad responden a hechos puntuales hacia personas aisladas, y nada tiene que ver su identidad sexogenérica. 

Ahora bien, el mes del orgullo ahora nos toca a nosotros y mañana nos espera en CABA un evento soñado. Después de un año y medio pandémico que nos atomizó frente a las pantallas de píxels y chats de Zoom y nos alejó de las calles, de las asambleas, de nuestros encuentros y de la necesidad de acuerparnos unxs con otrxs, este evento tan deseado, que venimos esperando desde hace una eternidad, es una fantasía y nuestra fiesta más deseada. Pero también una respuesta política. Porque la marcha del orgullo no solo es una oportunidad maravillosa para cortar la 9 de Julio y bailar en tanga de látex y con brillo en los ojos. 

Se trata de un gesto claro de resistencia a los discursos moralistas y homófobos de los Mileis y las Vidales. Y ese debería ser el espíritu de la marcha de este año: que este evento sea una muestra de que somos miles de este lado y que opere como trampolín hacia la intención de volver a transitar y ocupar nuestros espacios, volver a tejer las redes que se perdieron, volver a poner el cuerpo en las calles y estar más atentxs. Porque tener un ministerio de la mujer y “disidencias” nos queda corto. Porque tienen que ser cada vez más las voces que discutan los mensajes de odio, porque mientras nos quedamos debatiendo si el inclusivo es con X o con E, nos pasan por encima. Acá y en España, en Italia, en Brasil y en Estados Unidos. Nuestra voz tiene que ser clara: no pasarán. Y este sábado lo vamos a gritar bailando Miranda, qué mejor. 

FUENTE: Página 12

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