“En el nacimiento no es una opción garantizar los derechos de las personas, no somos profesionales copados y cancheros por hacerlo: simplemente estamos cumpliendo un derecho básico y con la ley”, escribe la médica pediatra Sabrina Critzmann y recuerda las veces que desde la medicina la subestimaron y le provocaron dolor innecesario.
Por Sabrina Critzmann*
Me gustaría saber cuándo fue que alguien empezó a decir que “hace partos” sin que ninguno de sus órganos estuviera involucrado en el proceso que vive una persona gestante frente a él o ella. “Hacer partos” es una frase muy común en el ámbito profesional, tanto que inclusive profesionales que se promocionan como respetuosos la usan en su léxico.
Corría el 2012 y yo cursaba mi última materia en un emblemático hospital de CABA. El docente, un ginecólogo varón, nos explicaba cómo se siente el útero cuando se menstrua, y aseguraba que una episiotomía duele menos que un desgarro vaginal. Ante la acotación de una compañera, respondió que él sabía más que las mujeres porque había hecho muchos más partos que cualquier mujer en el mundo.
¿Cuándo nos apropiamos desde la medicina del cuerpo y el alma de la otra persona, al punto de decidir cómo tiene que sentirse?
En el 2016, mi hijo mayor nació en una cesárea de urgencia. Los minutos apremiaban y todos, incluida yo, sabíamos que el bebé tenía altísimo riesgo de morir. La anestesia no llegó a tomar y la cesárea empezó igual. En los años siguientes, conté varias veces esto último
, y varios profesionales me respondieron que era imposible, que era una impresión mía y que eso no podía suceder. Pues bien, la que estaba abajo del bisturí era yo, y la única persona que puede contar lo que sentí soy yo. Más adelante, lo charlé con otras mujeres y varias dijeron lo mismo: inicio de cesáreas sin anestesia y profesionales jurando y perjurando que NO podían haber sentido dolor.
Hablar de respeto implica hablar de un otre, pensar a un otre, reconocer a un otre que siente otras cosas que tal vez no comprendemos pero son suyas. El nacimiento es de la persona que gesta y del bebé que nace, y el resto son los invitados al evento. Los invitados son aquellos que decide y elige la persona que gesta: puede ser su pareja, una amiga, su madre, su doula, junto al equipo de salud que participará. ¿Mundo ideal? Que el equipo también sea elegido y conocido. Como no estamos en un mundo ideal y hay que recordarle a la gente que ser respetuosa no es una elección, hasta hubo que hacer una ley.
Hay infinitas formas de traer a una o más criaturas a este lado del mundo. Sobra evidencia científica (evidencia, no opiniones) alrededor de la importancia del acompañamiento amoroso del nacimiento, del contacto piel a piel, del respeto de los tiempos, espacios y cultura de la familia gestante. El nacimiento en instituciones es la opción más conocida y aceptada, pero hasta que no comprendamos que el nacimiento no implica una enfermedad por la que hay que internar a una persona, sino un acompañamiento expectante por parte del sistema de salud, seguiremos convenciéndonos de que un montón de intervenciones son “necesarias”.
Para el parto necesitamos entrega, darse al mar de hormonas, confiar. Qué difícil entregarse cuando extraños te preguntan cosas, cuando suena instrumental metálico en una bandeja, cuando el aroma es de desinfectante y la luz blanca nos da en la frente, en el mejor de los casos. Los retos, insultos y humillaciones en el sistema de salud siguen siendo moneda frecuente. Me pregunto de nuevo, ¿quién fue la primera persona que dijo “Mamita, no hubieras abierto las piernas si no te lo bancás”, y por qué a otros les pareció una buena idea repetirlo hasta el infinito? ¿Cómo puede darse el nacimiento de esa familia en un contexto de intervenciones, denigraciones y violencia?
Existen las cesáreas, sí. Sin una cesárea yo no hubiera conocido a mi primer hijo vivo. Hay cesáreas por cuestiones de salud y por elección materna. La cesárea es una herramienta en salud que puede salvar vidas. ¿El problema? La epidemia de cesáreas innecesarias.
La cesárea implica una cirugía, músculos y capas de piel cortadas, y escasa información sobre la rehabilitación posterior de esos tejidos. La cesárea innecesaria no es gratuita ni para el bebé ni para la madre.
Existe evidencia sobre el impacto de esa vía de nacimiento sobre la microbiota, y su correlación con procesos de disbiosis como las alergias alimentarias.
Cuando se piensa en un procedimiento como la cesárea, los beneficios deben ser mayores que los riesgos, y la persona gestante debe recibir la información completa, y no sesgada, sobre los mismos. Es su derecho.
La ley de Nacimiento Respetado nos recuerda, a todes, que no es una opción garantizar los derechos de las personas. Que no somos profesionales copados y cancheros por hacerlo: simplemente estamos cumpliendo un derecho básico. La información debe ser dada en forma clara y completa, los tiempos fisiológicos acompañados sin apresurar, la intimidad de las personas respetada.
Las personas gestantes tienen derecho a estar acompañadas por alguien que ellas decidas (sí, aun en tiempos de Covid y en cesáreas), los bebés tienen derecho a estar con sus madres desde el minuto cero post nacimiento, y el acompañamiento en lactancia es un derecho para esa diada también. Yo quiero creer que algún día no va a hacer falta una ley para recordarnos cómo ser humanos.
Sabrina Critzmann es médica pediatra (MN 148279) y mamá. Se formó en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en el Hospital de Niños Pedro de Elizalde. Tras finalizar la residencia, comenzó a estudiar Puericultura, y actualmente se prepara para ser Consultora Internacional de Lactancia Materna. Escribió el libro “Hoy no es siempre, guía para una crianza respetuosa” (Editorial Planeta), que fue declarado de Interés por el Senado de la Nación. Actualmente, acompaña a las familias a través de las redes, las charlas y en su Centro Médico Jacarandá Salud.
FUENTE: Cosecha Roja