Llegamos con Sergio Massa. Tal vez no lo que muchos esperaban, pero el mejor de este momento. Tal vez con ciertos reparos, pero que desaparecen a la luz de lo que hoy se convierte en necesidad nacional de evitar que ganen los que causaran desbordes, los que proponen eliminar derechos. Los que creen, como hace doscientos años, que el mercado y su lógica de ganancias y de triunfadores y perdedores naturales, resuelve la imponencia de los problemas argentinos.
por Osvaldo Mario Nemirovsci
Momentos raros. Complejidad política y necesidad de que las decisiones sean populares. Es decir, que millones de argentinos decidan como continuamos. Qué hacemos los próximos cuatro años y cómo resolvemos los temas más angustiantes que vive nuestro país.
Y todo esto en una elección ajustada (eso parece) donde como pocas veces lo que llamamos el «campo popular» se ha expresado con cierta mayoría importante y donde las campañas que buscan votos no están solamente en las manos y la cabeza de candidatos, dirigentes y consultores, sino que aparece una «micromilitancia» que se empodera, que sale a la calle y con voz simple y mucho más potente que la de los candidatos, explica en la vía pública porqué es bueno votar a Massa.
Ahí reside gran parte de nuestras mejores chances electorales. En ese laburante que les habla a sus compañeros, en ese médico jubilado que, nervioso y con emoción, cuenta sus cosas en un transporte público, en esa hija de desaparecidos que narra su historia. En ellas y ellos está la confianza en la victoria.
Y llegamos con lo que tenemos. Llegamos con la representación natural de los trabajadores organizados y formales, que no es poca cosa como valoración social e histórica.
Llegamos con las pyme y gran parte del empresariado nacional que quiere reglas claras y modernidad productiva.
Intentemos representar a los cuentapropistas y trabajadores informales, que son desprotegidos desde legalidades antiguas y pasan las de Caín para sostener sus familias.
Llegamos con muchos (no serán todos generacionalmente, pero son muchos sin duda) jóvenes que saben dónde poner su compromiso nacional, popular, racional y democrático. Y quieren aceptar un futuro desafiante pero creativo y posible.
Llegamos con las mujeres, muchas y batalladoras, sostenedoras como nadie de la cotidianidad critica de la realidad argentina.
Llegamos con los desocupados, los pobres (que son muchos y nos hacemos cargo de la parte que nos toca) y con los desesperanzados a los que deseamos darle alguna esperanza.
Llegamos con los desocupados, condenados de todas las condenas que se sienten desintegrados y alejados de la normalidad de una vida más plena.
Llegamos con diez puntos como programa de recuperación nacional. No es todo. Pero es lo urgente y lo vamos a hacer.
Llegamos para encausar demandas postergadas.
Llegamos con la historia de ser peronistas, que no es poca cosa, no es poca carga, presión y compromiso para nuestros candidatos en la fórmula.
Ser peronista es una obligación y veremos cómo cuando la patria sea grande y feliz, lo convertimos en un derecho.
Llegamos con millones de argentinos que no son peronistas y comparten cierta idea de futuro y, seamos honestos, se espantan con razón, de las calidades de otro/as candidaturas. De la otra fórmula en juego.
Ellas y ellos enriquecen el movimiento nacional. Aportan diversidad y eso siempre ayuda a entender mejor las cosas, la política, el mundo.
Llegamos con Sergio Massa. Tal vez no lo que muchos esperaban, pero el mejor de este momento. Tal vez con ciertos reparos, pero que desaparecen a la luz de lo que hoy se convierte en necesidad nacional de evitar que ganen los que causaran desbordes, los que proponen eliminar derechos. Los que creen, como hace doscientos años, que el mercado y su lógica de ganancias y de triunfadores y perdedores naturales, resuelve la imponencia de los problemas argentinos.
Entonces no hay óbice que valga. Entonces hay obligación de poner el voto donde mejor le haga a la Argentina. No a nuestra exigencia política estricta, pura y de cierta cerrazón mental.
Donde mejor le haga a la Argentina. Esa es la clave.