Por: Rita Segato
Fotografía: Anita Pouchard Serra
Me siento inmensamente agradecida a esta universidad, a sus autoridades y docentes, por esta importantísima distinción que ahora me ofrecen. No es fácil encontrar las palabras para expresar esa gratitud. Me emociona y sacude mis cimientos de una manera en que el mismo título, que recibí de la Universidad de Salamanca hace tres meses, no pudo hacerlo. Catamarca es uno de los perfiles preciosos de mi país. Mi país es lo que quiero y deseo para mí. Cada día de los 44 años de ausencia en que viví lejos del mismo, cada día, soñé con encontrar el camino de regreso, pedí a la vida poder volver.
Muy especialmente pienso y agradezco a la gente del vasto campo de las Humanidades, que es el que me ha traído hasta aquí y al que pertenezco. Nosotras y nosotros, de las “Humanas”, somos quienes “nombramos”, los nombradores, los que construimos la grilla conceptual, es decir, las palabras que dan contorno al mundo y organizan la forma en que lo vemos. Por eso también nuestra tarea tiene un impacto fuerte en el curso de la historia, del futuro. No olvidemos eso, que nuestro trabajo es dar nombres y también generar retóricas de valor para lo que debe ser protegido y cuidado. El Norte Geopolítico del Mundo ha sabido muy bien crear retóricas de valor para lo que ha creado y protege: “desarrollo”, “crecimiento”, “mercado”, “consumo”, son sus nombres. Nosotros tenemos pendiente todavía mostrar el valor de lo que tenemos: “vincularidad”, “comunalidad”, “amistad”, “fiesta”.
Al venir ayer por tierra desde un confín del país a otro confín, desde la Quebrada de Humahuaca hasta el Valle de Catamarca, me di cuenta de que estaba llegando para participar de una rara celebración académica francamente federal, de un cosmopolitismo idiosincrático y raro como es el encuentro entre regiones no mediado ni por el eurocentrismo habitual -y descarriado- de nuestras universidades, ni por epicentro capitalino -pequeño, limitado- del Río de la Plata. Me fui dando cuenta al ir encontrando la ruta salpicada de nombres quechuas que marcan y demarcan el camino anudando y uniendo nuestro precioso mundo andino.
El paisaje es un libro de lectura, el lugar en que se inscribe la historia, un ancla, una cuna y también un espejo de nuestra vida. Sin él, cuando se borra, nos quedamos huérfanos de quien somos. Arraigo significa saber quién somos, nos desorientamos y nos dejamos capturar.
Arraigo significa saber quién somos y necesita de un sitio, de un espejo, que tiene la forma, el olor y el color del aire de un lugar. Si lo abolimos, nos quedamos sin ombligo, sin centro de gravedad, nos perdemos, nos quedamos expuestos, vulnerables en nuestra identidad. Es por eso que muchos pueblos entierran el ombligo del recién nacido en el lugar donde nace: para que sepa quién es. Otros pueblos, como los de por aquí, entierran en el chujcharrutu, el primer mechón de pelo que se le corta al niño, su primera chujcha. Si borramos el paisaje nos quedamos sin ombligo, desorientados. No olvidemos que uno de los pocos universales que el ser humano conoce es que el ombligo es la cicatriz que ninguna persona en este mundo desea apagar, y la razón de esto es que esa cicatriz, marca de un arraigo y de un camino que prepara nuestra vida, es lo que nos conduce para siempre a saber que existimos y quién somos. En un sentido individual: que venimos de un vientre materno, y en un sentido colectivo, pachamámico, que venimos de una tierra de un paisaje específico, particular, idiosincrático. Ese es el horizonte que nos da sentido, y contra el cual tantas fuerzas, mediáticas, económicas y políticas, de una forma muy sospechosa, hoy conspiran. El más importante obstáculo para la expansión del proyecto histórico del capital es el arraigo. Esas fuerzas conspiran contra nuestro arraigo por los medios que todos los días nos dicen que es feliz y venturoso irse, y también por el ojo codicioso de las corporaciones que nos dicen que no somos más que una cantera. Nos ven como cosa. Nos dicen que somos cosa, vida cosificada. Sin arte, sin canción, sin lírica, sin nostalgia de lugar. Nos convencen de que es así para que olvidemos y nos desvinculemos del horizonte en que aprendimos a vivir, nos instalan una amnesia como modo de existencia y nos transforman en parias sin dignidad y sin derechos. Se trata de una conspiración existencial.
Borrar el paisaje nos desorienta, nos deja deshistoriados –sin historia-, nos lleva en la dirección que otros controlan. Nos dicen que solo así se encuentran los medios para sobrevivir pero si somos realmente inteligentes revisaremos esa tesis y le contrapondremos otra. Y no nos confundamos, si este discurso parece basado en la razón sentimental es porque los sentimientos nos revelan una razón existencial, política y también económica que los subyace. Los sentimientos nos alertan sobre un futuro que nos pierde, que nos extermina: un futuro robado.
Si no, miremos Potosí. Por cinco décadas la ciudad más rica del mundo entero, de la cual solo quedó un puñado de monedas de oro en un museo. Potosí, la más lujosa por un tiempo y hoy una ruina. Porque la más importante diferencia entre el mundo arraigado que estamos perdiendo y el mundo que nos está secuestrando es que este último no ve más allá de sus narices, es cortoplacista, y el mundo que perdemos sabe – o sabía- pensar a largo plazo.
He visto el video 50 años de UNCA; en él, la hija de su creador y fundador, el profesor Federico Pais, cuenta que su papá “había recorrido todo el interior, se conocía todo el interior, y eso es lo que a él lo conmovió. Él se comprometió con esa gente”. Otros testigos de la época también relatan el proceso. Se gritó en las calles “Catamarca reclama Universidad, Catamarca reclama universidad”. Se hablaba de desarrollo… pero en ese momento, hace cincuenta años, esa generación de ninguna forma podría imaginarse que “desarrollo” vendría a significar la entrega del paisaje que le dio razón de ser, la entrega de lo que es, para los catamarqueños y también para el país, Catamarca. Porque es así como se ve también desde lejos: esos valles, cuestas y montañas.
Escuchando los relatos de la época de fundación de esta querida universidad, los sueños que la hicieron posible, tuve certeza de que ninguno de sus creadores imaginaron un tiempo en que la UNCA pactaría con quienes desmoronarían su paisajes, y les secuestrarían y envenenarían sus ríos, aguadas, surgentes y ojitos de agua.
Pero que no se entienda que quien escribe estas líneas es purista o radical… Sé muy bien que el camino es anfibio, que algo hay que comerciar en el mercado global, pero con límites muy precisos, y sin robarles nada a las gentes y sus modos de vivir y transitar en el tiempo, a la continuidad de los pueblos que, en su pluralidad de historias, han trazado su recorrido y su propio mapa en los paisajes de la provincia. Perder esa pluralidad de presencias, de modos de vivir y de pensar es, no lo duden, empobrecerse, así como también ofrece el riesgo de que cuando los minerales vayan mermando, como ha sucedido en Potosí, ya no existirán los saberes que hagan posible la vida en la región. Cuando el mineral se acaba, la gente queda de manos vacías, miremos si no Comodoro Rivadavia, en Chubut, donde una vez hubo petróleo y ahora quedan un exceso de taxistas y de kioskeros, los antiguos trabajadores del extractivismo. Miremos Zapla, en Jujuy: lo mismo. Una minoría de dueños y corporaciones de países extranjeros se han llevado todo, se han vuelto más ricos… La gente de por aquí habrá perdido lo que tenía y no tendrá nada nuevo.
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Tampoco imaginaron los creadores de esta esta universidad, que ahora me llama para darme un premio tan precioso como su Honoris Causa, que 20 años más tarde un grupo de jóvenes de la élite política y económica de la provincia asaltaría sexualmente y matarían sin ningún grado de empatía a una jovencita, María Soledad, en una barbarie que asombró y desoló al país. No olvidemos que hoy sabemos bien que el abordaje extractivista, que mira al paisaje como cosa muerta, mira a nuestro libro de historia inscripto en el paisaje como cantera, como pura mercancía, aprende a mirar de la misma forma el cuerpo de las mujeres: cuerpo cosa, cuerpo desechable, cuerpo usable, ausencia de empatía.
Ambas miradas a la vida encarnada como cosa están profundamente emparentadas. Y los ejemplos que nos permiten hoy afirmarlo ya se encuentran en las estadísticas. La afinidad y congruencia entre asalto al paisaje vivo y al cuerpo de las mujeres ya está mapeada.
La mirada insensible, no sintiente, al paisaje, que nos permite destruirlo, se entrena y se programa en lo que he llamado “pedagogía de la crueldad”, practicada en el uso y abuso del cuerpo de las mujeres. No hay mina sin prostitución y sin trata. Los muchos bolsones de extractivismo en el planeta lo comprueban.
¿Hay esperanza? Aníbal Quijano, el gran pensador peruano que ha formulado la perspectiva de la Colonialidad del poder y del saber, nos habla de un “regreso del futuro”, y con esa idea concluyo este breve discurso de agradecimiento a la Universidad Nacional de Catamarca: al hablar del “regreso del futuro”, Quijano nos dice que se están abriendo las compuertas para el retorno de los saberes, filosofías de vida y formas de relación con el paisaje que quedaron represados por la intervención de los procesos constantes de conquista y colonización -colonialidad permanente, según su categoría, y también conquistualidad permanente, digo yo, para nombrar la situación de quienes vivimos en localidades próximas a los lugares en que se encuentran los minerales, el agua o los combustibles codiciados. Ese futuro interceptado por el orden colonial va regresando y revela el valor y la potencia de la vida. Lo que vale y lo que no vale. Lo que es indispensable respetar.