Imágenes para conversar con la comunidad mapuche

Jóvenes encapuchados, cortes de rutas, uniformados en fila portando sus escudos frente a un grupo de personas mapuche, algo quemado, panfletos tirados. Titulares de noticias con las palabras soberanía, toma de tierras, usurpadores, delincuentes.

En los últimos años nos cansamos de ver estas imágenes. Si les agregamos los audios que circularon con una voz jadeante pidiendo auxilio o el testimonio en una radio de un “vecino afectado” (siempre de la misma autoría) el cuadro se arma fácilmente, parece que comprendemos lo que está sucediendo.

Las ideas que nos hacemos de las cosas (personas, grupos, eventos o conflictos) se alojan en algunas pocas imágenes que seleccionamos después de cierto discernimiento. Las fotografías y los montajes visuales de los medios de comunicación suelen funcionar como las avenidas rápidas en la disputa por construir la realidad.

¿Qué imágenes tenemos a disposición sobre lo que hoy se nombra, en las agendas nacionales, como el “conflicto mapuche en la Patagonia”? ¿Podemos traer otras? Para desarmar la forma simplificada en que se nos presentan los hechos es necesario aportar otros puntos de vista. Incorporar las imágenes fuera del cuadro.

Una imagen que se repite: racismo y violencia

En el año 1937, más de 50 familias de la comunidad mapuche Nahuelpan (provincia de Chubut sufrieron un masivo y violento desalojo en las cercanías de Esquel. Habían regresado de los campos de concentración hacia fines de la década de 1880 y, luego de algunos años de peregrinaje, se relocalizaron en los territorios abiertos (sin alambrar) del Boquete Nahuelpan para volver a reestructurarse como lofche (comunidad). Con mucho esfuerzo, reanudaron sus ceremonias, el ejercicio de sus roles de autoridad (lonko, machi, lawentuchefe, pillan kushe, werken, etc.) y los trabajos productivos. En menos de diez años volvieron a ser una comunidad autosustentable a pesar de haber sobrevivido al más cruento genocidio de la historia argentina.

¿Qué imágenes tenemos a disposición sobre lo que hoy se nombra, en las agendas nacionales, como el “conflicto mapuche en la Patagonia”? ¿Podemos traer otras?

Una década antes del desalojo, la policía realizó una investigación en donde hablaban los maestros de la escuela, los terratenientes linderos, las autoridades del Banco Nación, personas de una elite que luego serían representantes de la sociedad rural y los funcionarios encargados de las oficinas de tierras. Todos coincidían en que los mapuche de Nahuelpan eran vagos, borrachos, amorales, sin hábitos de higiene, promiscuos y ladrones, subrayando la conclusión: son un peligro para los vecinos de bien que aspiran al progreso de la región. Esos documentos y argumentos fueron el único fundamento del decreto que en 1937 dictaminó la expulsión.

Datos del mismo expediente muestran que los miembros de la comunidad mapuche de ese entonces sobrepasaban con creces los requisitos en inversiones productivas que luego se exigió a la elite de Esquel para otorgarles las tierras expropiadas a los indígenas. También reflejan la asombrosa similitud entre los procedimientos y discursos que utilizaron las elites y el Estado en aquellos años y los que hoy utilizan esos sectores para quedarse con las tierras de la Patagonia: prejuicios racistas, criminalización, uso arbitrario de las leyes, violencia represiva.

Cuando la comunidad Nahuelpan se enteró del desalojo de la comunidad Lafken Winkul Mapu y de la detención de las mujeres, no dudó en viajar para manifestar su solidaridad y apoyo. El lonko de Nahuelpan, a pesar de ser una persona mayor, participó del nguilipun (ceremonia mapuche) que se llevó a cabo en Bariloche la madrugada siguiente a la represión sufrida por la comunidad Lafken Winkul Mapu. Ese mismo día a la tarde, tomó la palabra en una manifestación realizada en el centro cívico de Bariloche, dijo que la historia se repite, que el mismo sufrimiento que hoy está pasando la comunidad Winkul es el que vivieron su mamá y su papá.

En todas las comunidades mapuche tehuelche, en todos los expedientes de tierras se repiten en el pasado y en el presente las mismas formas de expropiación. Por eso, desde el primer día después de la represión en la comunidad Winkul, fueron llegando hasta Bariloche diferentes autoridades ancestrales de comunidades de Neuquén, de Río Negro y de Chubut. Las comunidades saben con mucha exactitud, y sin necesidad de preguntar detalles, qué es lo que está en juego.

Segunda imagen: uno no se gobierna solo

La mañana del día 4 de octubre, la machi de la lof Lafken Winkul Mapu estaba cambiando los pañales de su bebé de cuatro meses, mientras su otro hijo de cuatro años jugaba alrededor de ella. La habían ido a buscar las otras mujeres de la comunidad para ir al rewe a levantar un nguilipun, ceremonia mapuche, porque les habían comunicado que se veían movimientos militares en la ruta nacional 40. Escucharon ruidos de escopetas y gritos y, al instante, vieron a los militares rodeando sus hogares. Después de arrojar gases lacrimógenos en el interior de su casa, sacaron a la machi a la fuerza cuando todavía no había terminado de cambiar y abrigar a su bebé. Unas horas después estaba detenida. En simultáneo, ocurría lo mismo en las casas de las otras mujeres de la comunidad. Sus hijitos e hijitas, al ver que se las llevaban, corrieron por el cerro varios kilómetros en altura, escapando de los perros de la policía que los corrían. Pasaron allí todo el día y el comienzo de la noche, sin autorización de la jueza que lleva la causa para ir a rescatarlos. Fue una jornada de mucho frío y lluvias.

Betiana es machi no porque ella lo decidió, tampoco porque hubo una votación o porque su familia así lo quería. Las ancianas de Colonia Cushamen siempre dicen que “uno no se gobierna solo”. Aceptar que se tiene un espíritu especial no es nada fácil, porque implica mucho esfuerzo, demasiado trabajo y una vida dedicada a cumplir el rol. Betiana era una niña cuando diferentes autoridades ancestrales de su pueblo le fueron anunciando el diagnóstico a la familia: esa niña, que iba recién a la escuela primaria, tenía el espíritu de machi y debía levantarse como tal para no enfermar.

Después del desalojo de comunidad Winkul, llegaron a Bariloche autoridades ancestrales de comunidades de Neuquén, de Río Negro y de Chubut. Saben lo que está en juego.

Durante más de diez años Betiana atravesó un proceso espiritual y de formación en el conocimiento mapuche. Hoy es machi en conexión con su rewe levantado en el territorio de su comunidad Lafken Winkul Mapu. Su última ceremonia reunió a más de 50 comunidades mapuche de distintas procedencias provinciales y a más de 400 personas.

Que se haya levantado como machi es resultado de un proceso intergeneracional de recuperación de memorias. Responde a una forma mapuche heredada de organizar el curso de la historia: siempre regresando, siempre volviendo a estar de pie, siempre volviendo a levantarse.

Se trata de un proceso de feyentun, una hermosa palabra en la filosofía mapuche que refiere a “lo antiguo del saber, a la espiritualidad o kimun (conocimiento) mapuche como el motor de todas las decisiones, incluso las políticas; es el reordenamiento de todas las lofche y personas mapuche en un marco común de conocimientos” (lonko lof Pillan Mahuiza). El levantamiento de la machi de la lof Lafken Winkul Mapu se ha dado en simultáneo con muchos otros en otras comunidades y esto genera nuevas formas de articulación política, más allá de las diversas trayectorias organizacionales o las distintas expresiones políticas.

La comunidad Lafken Winkul Mapu no solo es un territorio donde se siembra y se trabaja la tierra de forma colectiva sino también un lugar de sanación

La comunidad Lafken Winkul Mapu no solo es un territorio donde se siembra y se trabaja la tierra de forma colectiva sino también un lugar de sanación, al que llegan mujeres y hombres de distintas comunidades para llevar a cabo algún tratamiento curativo –incluso jóvenes urbanos que allí lograron curarse de sus adicciones o personas no mapuche que también se atienden con la machi. El 4 de octubre, cuando los militares entraron al territorio reprimiendo, allí se alojaban temporalmente algunas/os pacientes de la machi. Algunas de ellas no solo fueron detenidas sino llevadas a Buenos Aires, las separaron de sus hijos y las dejaron incomunicadas de sus familiares y abogadas por más de 24 horas. Hoy siguen detenidas en Bariloche.

Tercera imagen: cuidar la vida

Otra mujer, en otra localidad, en la provincia de Neuquén, se entera de la represión en la Lof Lafken Winkul Mapu. Ella es lawentuchefe, especialista en medicina mapuche, y se había comprometido a acompañar el parto de una de las mujeres embarazadas de la comunidad. Entonces, prepara rápidamente sus cosas, camina más de cinco kilómetros para salir de su territorio y viaja en micro cientos de kilómetros. Es una de las primeras en llegar a Bariloche desde tan lejos porque está decidida a cumplir su palabra. Llega al hospital donde está detenida su paciente, con un embarazo a término y con antecedentes de riesgo, pero la jueza no autoriza que la acompañe en su habitación. Después de varias tratativas, y cuando finalmente logra llegar a su lado, la escucha y se conmueve con el relato de cómo fue golpeada y maltratada por las fuerzas de seguridad durante el operativo en la Winkul. Observa que, en la habitación del hospital, su paciente no tiene intimidad: hay una oficial de custodia con ella y cámaras que la filman permanentemente. Lo denuncia públicamente.

En su rol de lawentuchefe, la mujer está preocupada por otras razones. Como mostraron las fotografías de los medios de comunicación, el lugar en el que se encuentra el rewe de la Winkul fue intervenido por las fuerzas policiales. Eso es muy grave para la machi, para las personas que están en proceso de curación con ella y para su comunidad, pero también para su paciente embarazada. Por eso, junto con otras personas mapuche que se fueron reuniendo estos días en Bariloche, no dejó de hacer todas las madrugadas la ceremonia del nguilipun para fortalecer el rewe.

Ese niño va a nacer en “cautiverio” (una palabra cargada de historia), dice la lawentuchefe. Como ocurrió antes, con cientos de bebés mapuche que nacieron en campamentos cuando eran perseguidos por el ejército a fines del siglo XIX, en campos de concentración en la década de 1880, en los largos peregrinajes de regreso a sus territorios después de las campañas militares o en los campamentos improvisados décadas después cuando los desalojos simultáneos los volvió a “desparramar”.

Cuarta imagen: un pueblo organizado

Desde otro territorio, esta vez de la cordillera de Chubut, otra lawentuchefe llega a Bariloche el mismo día en que se enteran de la represión en la Winkul. Se acerca a la comunidad y a las personas que están acompañando y pregunta cómo se encuentran todos. Luego se interna en la Ruka Lawen (un proyecto colectivo de medicina mapuche en el territorio de la comunidad mapuche Millalonco Ranquehue) para hacer todos los lawen (medicinas) que se necesitan. Trabaja hasta la madrugada, duerme apenas unas horas, y continúa su trabajo cuando aun todavía no sale el sol. Al mediodía siguiente distribuye el lawen entre las personas que lo necesitaban.

En todas las comunidades mapuche tehuelche, en todos los expedientes de tierras se repiten en el pasado y en el presente las mismas formas de expropiación.

Al norte de Neuquén, otra mujer que tiene el rol de pillan kushe manda un mensaje a todas las autoridades mapuche para que en cada comunidad se levante un nguilipun por las mujeres detenidas, las niñas y los niños perdidos. Esa madrugada, en los rewe de distintas comunidades de Neuquen, las autoridades espirituales estaban haciendo su ceremonia al unísono. Imágenes de iniciativas similares se repiten en simultáneo en diferentes lugares y provincias.

Mientras tanto, otras mujeres mapuche escriben (porque en estos días se escribieron decenas de documentos). Otras y otros se acercan para cocinar y alimentar a quienes van llegando. Distintas redes solidarias de personas mapuche y no mapuches llegan para solidarizarse o alcanzar la ropa de niños, frazadas y alimentos que se reunieron en distintas colectas.

Última imagen

En el cerro del territorio de la comunidad Lafken Winkul Mapu otras personas resisten aún sin abrigo ni comida, en un clima de altura en una localidad patagónica, protegiéndose del accionar de las distintas fuerzas de seguridad. En ese mismo territorio, en una situación similar, fue asesinado por la espalda, Rafael Nahuel (y en otros contextos represivos, también Santiago Maldonado y Elías Garay).

¿Por qué no dudamos de las imágenes que se van volviendo estereotipos? ¿Por qué nos convencemos rápidamente de que las reivindicaciones del Pueblo Mapuche Tehuelche pueden tener algo que ver con amenazas a la soberanía nacional, con delincuencia o con terrorismo? ¿Por qué nos privamos de conocer los contextos más amplios en los que se forjan las injusticias y las desigualdades?

En estos días varias publicaciones reforzaron con hechos y datos la afirmación del lonko de Nahuelpan sobre las formas en que “los ricos siempre actuaron contra los mapuche para apropiarse de nuestros territorios”. Aportaron nombres de corporaciones, sus estrategias económicas y políticas de acumulación territorial, las formas en que se dan las connivencias entre el poder ejecutivo y judicial, los acuerdos y consensos que se establecen más allá de las grietas políticas visibles, los intereses económicos internacionales, la planificación de políticas represivas entre provincia y nación.

Décadas atrás, para evitar que se vuelvan a cometer las mismas injusticias, y con el propósito de reparar la violencia institucional y privada ejercida hacia los pueblos indígenas, el Estado argentino aprobó una reforma constitucional, leyes nacionales y provinciales.

Si el derecho indígena hoy se incumple en las provincias de Río Negro es porque, como dicen las comunidades mapuche tehuelche en sus diferentes comunicados, no hay intención de gestionar de forma pacífica los reclamos territoriales.

Negar las leyes, criminalizar y reprimir emerge como política de Estado. Se habilitan prácticas violentas –institucionales y privadas—contra los indígenas a favor de los intereses económicos. Esto no cambió mucho desde la década del treinta hasta la actualidad.

Los marcos filosóficos del Pueblo Mapuche Tehuelche giran en torno a la conversación (ngtramkam). La memoria colectiva es el resultado de un intercambio permanente de experiencias vividas, los vínculos con los ancestros se materializan en diálogos que emergen en sueños y ceremonias, el territorio (o la naturaleza) conversa a través de distintas señales y mensajes.

También la forma mapuche de hacer política se desarrolla como conversación, en los trawun (parlamentos en los que se intercambian posicionamientos y reflexiones). Su fortaleza es la diplomacia, la oratoria y la discusión. ¿Podemos ponernos a la altura de esa conversación? El lonko espiritual de la comunidad mapuche Curruhuinca (provincia de Neuquén) tomó la palabra en un acto público que se realizó en su localidad, expresó su dolor ante los últimos acontecimientos ocurridos en la lof Lafken Winkul Mapu y dijo:

“queda claro que nosotros somos los civilizados y ellos los salvajes”.

¿Hacia qué tipo de ciudadanía orientamos nuestro espacio de la política? ¿Queremos que sea un lugar de privilegio en el que solo participan los individuos con estatus de propietarios (ciudadanía liberal)? ¿O la política es el espacio democrático donde diferentes actores políticos –capaces de vivir en colectividad—participan a través de sus acciones colectivas en la ampliación de derechos?

Si alguna vez la democracia argentina se construyó en el marco de la tradición republicana y bajo el faro de la protesta social como una forma de participación política, la criminalización de las reivindicaciones del Pueblo Mapuche Tehuelche prueba que hoy estamos muy lejos de ello.

Por: Ana Ramos – Fotos: Denali DeGraf